Una de las características de estos comienzos del siglo XXI es la potencia que han adquirido las imágenes en la comunicación social y en los vínculos. El conflicto político y social del país ha producido una infinidad de imágenes, entre las que destacan los vídeos que circulan por la red (libremente) y por los medios de comunicación (no tan libremente).
Unas imágenes que llegan a las casas, a las familias, que ven los adolescentes y que llegan también a los niños. Imágenes que son impactantes, que afectan a los adultos, a los padres. Niños y adolescentes reciben una doble afectación: la que perciben en sus padres y las que directamente les producen las imágenes. Aunque se diga que las imágenes hablan por sí mismas, lo cierto es que a una misma imagen se asocian relatos diferentes.
Para los adultos esas imágenes corresponden a una realidad, aunque a veces cueste de creerlo; a la gente muy mayor, les recuerda una realidad que creían que no volverían a vivir. Los adultos ligan las imágenes a sus conocimientos, a su saber y a su perspectiva de la realidad del mundo, en lo local y en lo global. Algo que el adolescente difícilmente puede hacer, y que los niños no tienen como hacerlo.
Es curioso cómo ha surgido en esta crisis el uso de la palabra relato en los medios de comunicación, me atrevo a decir que más como concepto que no como moda (como es el caso de “poner en valor”, “excelencia”, “gestionar”). Es una forma de entender, de concebir las realidades. No se trata de describir una realidad objetiva y única, sino que para unas mismas imágenes se sostienen relatos diferentes según desde donde se miren.
Hay imágenes que podríamos pensar que hubiese sido mejor que no viesen, pero esta es una de las características más potentes de las imágenes en la actualidad: circulan libremente, sin control o con pocas posibilidades de ser controladas. Los niños están expuestos a ellas, lo cual no ha de desanimar a los padres a procurar protegerles y aplicar los criterios de selección que consideren convenientes. Pero aquellas que llegan inevitablemente será importante que puedan ser comentadas e interrogadas por los niños y habladas e interpretadas por sus padres. Esto no implica que los padres tengan todas las respuestas; también se puede compartir el desconcierto o lo complejo que les puede resultar a los adultos explicarse algunas situaciones.
Entre tanto cruce de relatos en los medios, se ha llegado a acusar a los padres de adoctrinamiento y de utilización de los hijos por su participación en las movilizaciones populares. Algún caso de adoctrinamiento habrá, pero de lo que no se puede acusar a los padres es de ejercer sus funciones como tales. Los hijos buscan en sus padres una explicación, elementos para la comprensión de lo que sucede a su alrededor, una ayuda para poder darle un sentido a los acontecimientos. Los padres son una referencia fundamental para la interpretación de las cosas importantes de la vida del niño y del adolescente.
Lo que los padres dan es mucho más que un relato, es una auténtica transmisión psíquica de elementos identitarios y de valores. No son neutros ni neutrales, son claramente subjetivos y a la vez subjetivantes, en el sentido de que modelan la subjetividad del hijo. Una transmisión que también va más allá de la intención educativa, mensajes que se transmiten sin saberlo, con su mirada, con sus actitudes, con su lenguaje corporal.
Los padres hacen partícipes a los hijos de sus pasiones, de sus creencias, de sus valores. En el vínculo con sus hijos, cada uno de los padres pone en juego elementos propios de su identidad personal, familiar y social. Buscan compartir e integrar a sus hijos en la concepción del mundo y de la familia que tienen, de las aficiones que practican, de las asociaciones de diversa índole (deportivas, culturales, etc.) a las que pertenecen, conformando así una cotidianidad y una convivencia familiar.
De todos estos rasgos y características incorporarán algunos de ellos, fundamentalmente guiados por el amor a sus padres y al deseo de ser amados. Todo ello ofrece a los hijos un amplio abanico de posibilidades identificatorias que irán construyendo su ser.
Dejar al niño y al adolescente expuesto a imágenes impactantes sin esta significación que aportan las referencias parentales, es dejarle librado a sus propios temores, fantasías y desconocimiento del mundo que le rodea.
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