El Lliure estrena un versión dramática de “El Mestre y Margarita” de Bulgákov

Alex Rigola ha adaptado para la escena una de las más importantes y malditas novelas rusas del siglo XX con un montaje imaginativo y espectacular

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Teatro Lliure El Mestre y Margarita

 

La sala Fabià Puigserver del Lliure de Montjuic inicia la nueva temporada con un espectacular montaje a cargo de Álex Rigola que ha tomado entre sus manos el difícil reto de adaptar para el espacio escénico la novela “El Mestre y Margarita” de Mijail A. Bulgákov. Un texto maldito de un autor conflictivo que se vio obligado a reescribir el original hasta cuatro veces -la primera versión la destruyó el propio autor- y tuvo que esperar varias décadas para que la censura soviética autorizara su publicación no sin enmiendas, por lo que la versión definitiva y canónica ha sido fruto de una complicada tarea posterior de reescritura muy posterior a la muerte de Bulgákov y con los manuscritos disponibles. A todo lo cual cabría añadir la complejidad de una temática de carácter legendario en la que se entrelazan personajes con fuerte impronta religiosa, Jesús, Pilatos, el demonio, con otros mitológicos o imaginarios encadenándolos, entrelazándolos y situándolos a veces en lugares inverosímiles, del pretorio de Jerusalén a un circo, pasando por un ambiente lederón, punto este último que colegimos aportación del adaptador.

Elementos todos ellos sin duda muy adecuados para que un director intrépido e imaginativo como Rigola articulase un montaje espectacular que ha materializado con una disposición del espacio escénico en el centro de sendos frentes de butacas. La acción dramática discurre en el centro de la sala Puigserver con intervenciones puntuales en las propias escalas de butacas y en adquiere un papel relevante la escenografía concebida por Patricia Albizu que incorpora, junto a elementos de ambientación digamos convencionales -incluido un piano de cola aparatoso de discutible utilidad puesto que solo sirve para tocar algunos compases sueltos- y unos efectos especiales absolutamente espectaculares: desde un cañón que dispara confeti sobre intérpretes y espectadores, a un sillón retráctil que desaparece discretamente accionado por un dispositivo que le hace atravesar violentamente una pared… de porexpán, o sendos cortinajes laterales que se desprenden en un abrir y cerrar de ojos. Todo un alarde de imaginación y, por qué no decirlo, de medios, puesto que tal riqueza de efectos solo es viable en un teatro público.

Pedimos licencia para abstenernos de de analizar la fidelidad de Rigola con el texto de Bulgákov, entre otras razones porque no tenemos autoridad para ello, pero no podemos sin embargo sino subrayar que el director ha conseguido un espectáculo brillante pletórico de resortes imaginativos y capaz de sorprender y asombrar, lo que no es poca cosa. 

 

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