Que la crisis económica aprieta, que la situación política está de aquella manera, que la circulación está fatal con tantos artilugios rodantes que propician accidentes. Que la contaminación mata, que la sanidad tiene listas de espera larguísimas, que los centros de salud están prácticamente vacíos porque desde la pandemia las consultas se hacen de manera telemática, que las administraciones siguen con la cita previa que es más cómoda para ellas, no pasa nada. La gente no se moviliza, protesta lo mínimo. La no protesta ha pasado a ser la normalidad “anormal”. Eso sí, en los bares, comercios, mercados, reuniones familiares o de amigos, la gente larga de lo lindo: se queja de todo y ponen a los políticos de vuelta y media. Es la fuerza que se va por la boca y quita de en medio la fuerza de las reivindicaciones del derecho a ser atendidos como personas, o como contribuyentes.
Las personas no quieren problemas, buscan alegrarse la vida de alguna manera e idealizan como mitos a cantantes, actores-actrices, personajillos que, gracias a haber participado en algún programa de televisión donde han contado que se han acostado con algún “famosillo”, viven de vender sus vidas. Hasta los futbolistas son estrellas para el público. Hemos llegado a un extremo donde casi todo vale. Hay demasiada gente que vive del cuento, sin aportar nada, - gracias a las televisiones- y que no son ejemplo de nada, pero que sin embargo están a diario en los medios de comunicación explicando intimidades.
Los programas de cotilleo en las televisiones, las revistas del corazón y la prensa rosa tienen distraídos al personal. España lleva tiempo pendiente de los noviazgos, separaciones, nuevas parejas, infidelidades que tienen a la persona en vilo. Pero este fenómeno social no es solo cosa de mujeres como algunos quieren hacer creer, no, los hombres también están en esa línea. Tanto es así que hasta los diarios deportivos cuentan ya con una sección de cotilleo y se lee, así que la etiqueta de que solo interesa a las mujeres ha pasado a mejor vida.
España ha estado pendiente del noviazgo, ruptura y reconciliación de un personaje como Tamara Falcó y su novio, que es un espabilado de lo lindo. La “marquesita” por herencia Falcón, que lo único que ha hecho en su vida es ser la hija de Isabel Preysler y se gana la vida muy bien a costa de su apellido y de las tonterías que llega a decir. Su madre, Isabel, que recientemente ha roto con el premio Nobel Mario Vargas Llosa - ellos sabrán por qué-, es la gran estrella del mundo del corazón y ha tenido en vilo a media España porque la gente quiere saber el motivo de la ruptura y si es verdad que ya tiene una nueva ilusión. En la mayoría de las conversaciones de trabajo o en cualquier otro lugar,el coloquio ha girado sobre estos dos acontecimientos, con división de opiniones. Como si estos dos sucesos que implican a madre e hija fueran lo más importante que haya sucedido en España. Hasta ese punto se ha llegado que los magazines, todos, han incorporado espacios sobre estos temas, que le interesan a la gente.¿Por qué el cotilleo, la necesidad de conocer lo desgraciados, felices, o los cuernos que se ponen mutuamente los famosos y famosillos, interesan tanto?, Hasta el nuevo fenómeno de las influencers ha surgido como las setas y van de estrellas por la vida. Quizás este nuevo panorama mediático se deba a que la gente necesita tener referentes y otras personas quieren mitigar sus problemas viendo que los famosos también lloran, se separan y sufren sus fracasos. O quizás la cosa es más simple y estamos en una etapa en la que la gente es cotilla y quiere enterarse de todo lo que le sucede a los famosos y famosillos. Lo que sí está claro es que idealizar o imitar a personajes y personajillos es algo que debe preocupar. No sé quien dijo: Yo creo que los hombres viven en sociedad por saber cada uno lo que pasa en la casa del otro.” ¿Será eso?