Carole Rosemberg y nuevos-viejos amigos
"Ojalá siempre nos encontremos en Paz y Amistad"
Alex Rosenberg
"A mi edad, ya no hago amigos para perderlos", con esta frase, dicha con cierta acritud, reaccionó el poeta Derek Walcott (Premio Nobel de Literatura) cuando le conté, en su bella casa frente al mar, en Rodney Bay, que había concluido mi misión al frente de nuestra embajada en Santa Lucía.
Carlinhos Lira, el gran músico brasileño de la Bossa-Nova, autor de tantas melodías a las que puso letra Vinicius de Morais, me dijo, cuando le anuncié que me trasladaban de Río de Janeiro a Roma: "Es la última vez que tengo un amigo diplomático"; Cómo ¿porqué? le pregunté: "Porque siempre se van", contestó.
Recuerdo haberme sentido contrariado cuando el embajador Antonio De Icaza, quién me formó, al inicio de mi carrera, en El Cairo, me advirtió del precio que la vocación diplomática nos cobra: ir dejando por el camino vínculos fraternales. Mi lista de afectos es tan larga, como tantos los países donde viví (diez, en cuatro continentes).
Nunca estuve de acuerdo cuando Vargas Llosa afirmó que los verdaderos amigos se hacían durante la primera adolescencia. Mi profunda nostalgia, para citar varios ejemplos, por Pedro Geoffroy Rivas y Roberto Huezo, fundamentales creadores salvadoreños, sigue estando presente en mi vida; también Carlos Villagomez, el gran arquitecto boliviano, o mis entrañables amigos cineastas, el español Jaime Camino, y el italiano Ferdinando Vicentini. O la amistad que interrumpió la conclusión de mi embajada en Malasia, con el poeta y pintor (único artista del Sudeste asiático en exponer en el Beaubourg) Latiff Mohidin.
La Vida, esa palabra definitiva, mayúscula, me ha seguido dando la fortuna de establecer amistades que parecieran provenir de una larga y demorada convivencia. De allí que me guste mucho repetir su contrario, lo de "nuevos-viejos amigos". Es el caso con Carole Rosemberg. Su existencia ha estado marcada por una trayectoria de extremada sensibilidad y múltiple experiencia, brillante, en campos como la enseñanza, la promoción cultural y la curaduría de arte en una galería histórica "Transworld Art", en Manhattan. Quien fuera su marido, Alex, fue decisivo en acercar la obra de los más grandes artistas de su época a la gráfica. El matrimonio Rosemberg trató mucho a Salvador Dalí —lo frecuentaban en Port Ligat—, a Henry Moore, a Alexander Calder y a Rufino Tamayo. También editaron obra de Wesselmann, Lee Krasner, André Masson, Roberto Matta, Alechinsky, Katz, y Rauschemberg.
La veneración amorosa de Carole por la extraordinaria figura fundadora de institutos de Arte e instituciones ya históricas, de gran calado humanista, como la que contra viento y marea, organiza la presencia de valores artísticos de Cuba en Nueva York, desde hace más de 25 años, es de una dimensión sin precedentes. Lo digo así, porque la pareja ha impulsado las artes plásticas, la música y la cinematografía de la isla, a niveles muy altos, en los Estados Unidos.
Testimonio de lo anterior es uno de los libros mas bellamente diseñados que he tenido en mis manos. El homenaje a un hombre que sobrevivió a su centenario. Se trata de una edición elaborada por Carole, que en 100 breves capítulos y fotografías de su relevante archivo, condensa la trayectoria de un personaje que exploró con éxito numerosos oficios, antes de incursionar en el arte, y hacer de esa vocación la última y más significativa tarea de su larga y provechosa vida —junto a la "American Friends of the Ludwig Foundation of Cuba"—.
Acompaño esta crónica sobre la amistad, ese don tan alto que se nos concede a veces, con imágenes emblemáticas de lo que intento traducir: mi profunda admiración por la creatividad de una pareja excepcional, y por el empeño de Carole, que no cesa, y quien sigue abierta a propuestas culturales que representan ideales de trascendencia, como enriquecer el conocimiento de los más jóvenes, presentando cine de calidad en México tambien. Tuve la fortuna de contar con su presencia en la reciente inauguración de mi retrospectiva "Working Process", de más de 250 obras, en el Espacio Cultural Metropolitano de Tampico. En ese recinto formidable, ella se entusiasmó con estudiar intercambios que acercarían talentos latinoamericanos a nuestro puerto.
Mi reconocimiento y gratitud por las sorpresas que siguen deparando los encuentros de amistad, los que marcan caminos.
Saravá!
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