Éxito paralímpico español en Tokio

Luís Moreno

Juan Antonio Saavedra muerde su medalla de bronce en la prueba de carabina tendido 50 metros en los Juegos Paralímpicos de Tokio

@EP


Se han clausurado los decimosextos juegos paralímpicos en la capital nipona. Los resultados obtenidos por los deportistas españoles son destacables y han constituido un éxito en comparación con los rendimientos de otros países. En total han sido 36 preseas las conseguidas por la delegación española que la han situado en el puesto 15 del medallero. Es una mejora numérica en comparación con las 31 medallas obtenidas en los Juegos Paralímpicos de 2016, si bien ha habido un leve retroceso respecto a su posición respecto al ranking de Río de Janeiro (11).


En modo alguno podrá hablarse de fracaso paralímpico como algunos gacetilleros críticos se han apresurado a señalar respecto a los precedentes Juegos de la XXXII Olimpiada de Tokio, donde el número de medallas logradas (17) ha sido igual al de los Juegos de Río (sin ‘avance’ pero tampoco sin ‘retroceso’), situándose en el puesto 22 del ranking de preseas. Se argumenta sobre una visión del nacionalismo deportivo que sólo refleja los rendimiento de los deportistas de élite, apoyados económicamente por ayudas selectivas en detrimento generalmente del deporte de base.


Al límite del razonamiento cuantitativista se puede observar que en el caso de las Olimpiadas de Verano la posición de España en el medallero está a tono con su propia pertenencia como miembro del G-20 (Grupo de los 20). Es este el foro internacional de gobernantes y presidentes de bancos centrales discute sobre políticas relacionadas con la promoción de la estabilidad financiera internacional, siendo el principal espacio de deliberación política y económica del mundo. Encaja ahí la presencia de un país de influencia, de aspiraciones y potencialidades de tipo medio-alto, como es el caso de España, acostado inexorablemente al conjunto de los países de la UE.


En realidad las sociedades capitalistas basadas en la filosofía del ‘ganadores y perdedores’ no hacen sino estimular una percepción popular de éxito o fracaso con el mero relumbrón de la cantidad de medallas olímpicas, como es el caso que nos ocupa. Aceptando este criterio de medida, es motivo de alegría que ahora nuestros paralímpicos muestren que en España sí nos preocupamos por este grupo de ciudadanos precarios.


Recordemos que la condición de precariedad es la ausencia de oportunidades vitales --sean transitorias o permanentes-- que impiden el desarrollo integral y participativo a los ciudadanos que la sufren. Otros términos de uso común por los trabajadores sociales cualifican diversas situaciones de necesidad, dependencia, discapacidad, exclusión, fragilidad, pobreza o vulnerabilidad. Uno de los ejes cruciales en el continuo exclusión-inserción afecta a las situaciones, por ejemplo, de los discapacitados físicos y psíquicos, o de los neurodiversos y otros jóvenes con necesidades de educación especial. Todos ellos son ciudadanos precarios acreedores de una solidaridad articulada a través de la familia, de la sociedad civil y de la esfera pública. En este último caso destacan las redes de apoyo institucional público y la existencia de rentas de cobertura de mínimos y facilitadoras de la inserción.


Mi admirado colega Demetrio Casado, impulsor del estudio de las políticas sociales en España y de la institucionalización en la atención a los discapacitados y personas con minusvalías, habiendo sido Secretario Ejecutivo del Real Patronato sobre Discapacidad, aseveraba que: “… las propias personas con discapacidad y quienes asumimos su causa no debemos empeñarnos en construir una imagen social positiva de ellas, sino en liberarlas de los estigmas sociales.

Ayuda el ‘éxito’ de nuestros paralímpicos en Tokio a una mayor interiorización popular de nuestro Modelo Social Europeo (MES), el cual conviene recordar que es un proyecto político articulado en torno a los valores de equidad social (igualdad), solidaridad colectiva (redistribución) y eficiencia productiva (optimización). 


EL MES impulsa la ciudadanía social entendida como aspiración a una vida digna y al bienestar social de los individuos, mediante el acceso al trabajo remunerado y a la protección en situaciones de riesgo, especialmente para aquellos con discapacidades físicas o psíquicas. Y es que el MSE auspicia el crecimiento económico sostenido y sostenible basado en una promoción de la igualdad social y económica, un amparo de los más vulnerables y un partenariado social activo. La alternativa populista de Trump-Johnson ya es bien conocida: tanto ganas, tanto vales. Si no ganas nada, mejor te mueres.


Como apuntábamos en un anterior artículo, sería deseable la candidatura y eventual organización de las Olimpiadas de Invierno de 2030 en España. Los subsiguientes XV Juegos Paralímpicos de Invierno pirenaicos, podrían ayudarnos a encajar políticamente la vitalidad de nuestras ‘naciones internas’ y Comunidades Autónomas constituyentes e institucionalizar, en suma, el pacto cotidiano, libre y natural entre sus ciudadanos, gentes y pueblos.


Sólo haría falta una condición indispensable para el acuerdo generalizado que ahora parece improbable. Que las nieves facilitasen el normal desarrollo de las competiciones y que el rampante calentamiento global no lo impidiese. Verlo para creerlo, dirán algunos…

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