¿Se han dado cuenta de la frecuencia con la que decimos “pues yo”? Salgan a la calle, vayan al mercado o al gimnasio, hagan cola en el banco, escuchen en el bar la conversación de los de al lado y sorpréndanse al comprobar cuántas veces nos interrumpimos diciendo “pues yo”.
Es fácil que la conversación termine en un diálogo de besugos, es decir, un no-diálogo como el de esta escena de Amanece que no es poco:
BRUNO: Toma, ché, la novela. La terminé.
MORENCOS: Yo también he tenido un día… Se me prendió el culo.
BRUNO: Tenés que leértela ahora mismo.
MORENCOS: Me excité pensando en la muchacha que ha traído el alcalde y me dio un fogonazo el culo.
BRUNO: Es que recién termino de escribirla y las cosas que no se leen en su momento….
VARELA: Y a mí se me ha muerto mi padre.
Que cuando uno habla el otro debe escuchar y esperar su turno, es un acuerdo social tácito que se aprende (o debe aprenderse) en primero de infantil. Se trata de una pequeña frustración necesaria para entenderse con el semejante. El cachorro humano no sabe nada frustraciones, para él no hay sino gente que le proporciona lo que necesita para vivir. Punto. Un tiempo después comienza a comprender que si trata así a sus semejantes acabará quedándose sólo y, como eso no le gusta, empieza a ceder terreno. Pero, en fin, un rastro de aquella insolencia egoísta siempre perdura en nosotros y se nos escapa sin darnos cuenta en actos tan cotidianos como una conversación amistosa pero, en el fondo, cargada de una subliminal agresividad narcisista.
Hay gente menos subliminal, personas que para asegurar su yo necesitan continuamente levantarse en armas contra el otro. Son aquellos que agreden, que no paran de hablar de sí mismos imponiendo su yo voraz, pretendiendo amputar la subjetividad del otro. Estos yos parlantes quieren reducirnos a meros objetos, a receptores pasivos y permanentes de su goce exhibicionista.
Un ejemplo de esto es la famosa bronca que le metió Francisco Umbral a Mercedes Milá en la tele: “Yo he venido aquí a hablar de mi libro y no a hablar de lo que opine el personal, que me da lo mismo”.
Milá le había prometido al escritor que hablarían de lo suyo pero el programa iba pasando y nadie hacía caso del libro de marras. Umbral, que debía de ser un humano con un yo muy hambriento, se hartó de esperar. ¡Ya estaba bien! El corte del escritor provocó la consternación de los presentes que le concedieron, atemorizados, su atención. Una vez captada, Umbral se vino arriba y montó un numerito.
Después de un buen rato padeciendo el discurso puesyoico del escritor, el público se cansó de hacer de oreja. Una persona pidió la palabra: “Francisco Umbral, lo que estás haciendo ahora mismo es de una falta de educación tremenda. Te pido, por favor, que te marches porque aquí sobras”.
Esto habría que decirles a tantos especialistas en dar el coñazo con “lo suyo”. Con esta gente insaciable a veces no queda otra que decirles basta, como hace ese otro personaje de Amanece… ante la matraca a la que le está sometiendo su compadre: “¡Me cago en todos tus muertos, Tirso! ¡Me cago en todos tus muertos uno a uno! ¡La tabarra que me estás dando, virgen santísima! ¡¿Pero yo qué te he hecho a ti, vamos a ver?!”.
A las puertas de unas terceras elecciones, ¿no están ustedes a puntito de cagarse en todos los muertos, uno a uno, de alguien? Pues yo, sí.
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