Dicen los que entienden, que a Vendrell se lo cargaron los suyos, o sea, los seguidores de Ridao, quienes, en clara sintonía con las otras familias de Esquerra, decidieron matar al mensajero que les ha metido en cintura en los últimos años. Democráticamente la decisión es impecable, pero políticamente constituye una solemne barbaridad. Si esa es la receta que para el paíss nos ofrecen los siete mil militantes que han participado en el recién acabado Congreso republicano, apañados vamos los siete millones de ciudadanos que vivimos en Cataluña, como también lo están los socios del Govern que han vivido con preocupación y zozobra, la escenificación de este singular proceso asambleario que tanto gusta a unos pocos y tanto nos inquieta a casi todos. Desde luego, si Puigcercós se fue a trabajar a la sede de su partido para ofrecernos este lamentable espectáculo, mejor hubiera sido que se hubiera quedado donde estaba, porque el irreparable daño que le ha causado a su formación, va a ser difícilmente superable en ese año sabático que se ha concedido para conseguir el consenso final. Menos mal, que éste es un país abierto y dialogante, que sinó sería inasumible que quienes toman decisiones tan estruendosas sigan gobernando en
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