En 1952 el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-I), describía 106 tipos de trastorno mental. En 2013, la quinta edición de esta "biblia psiquiátrica" (DSM-5) ya cataloga unos cuatrocientos diagnósticos. Este aumento, junto con la disminución de los umbrales que consideran un comportamiento como normal, hacen que se dispare el número de personas susceptibles de ser diagnosticadas como "enfermas" y, en consecuencia, ser tratadas. Es más, todo aquel (usted y yo incluidos) que pase por el fino cedazo del DSM cuadra con una o varias "patologías". Es lo que se denomina psiquiatrización de la vida cotidiana o de la normalidad.
Los diagnósticos del DSM se votan a mano alzada en reuniones de "expertos" según por dónde venga el viento y el dinero. Así se decide, por ejemplo, cuántos meses debe estar una persona triste para que se considere que padece una depresión, lo que importa, sobre todo, a las empresas de seguros. Además, muchos de los que participan en este proceso tienen vínculos con las poderosas empresas farmacéuticas que invierten millones en condicionar las investigaciones, comprar voluntades y promover "creadores de tendencias", personalidades que nos dicen que la solución a nuestros problemas es una pastilla (las últimas modas psiquiátricas son especialmente dramáticas porque atañen a los niños: el TDAH y el trastorno bipolar infantil). Las empresas que forman este grupo de poder conocido como Big Pharma alientan la invención de nuevos trastornos psiquiátricos y la ampliación de los ya existentes, pues han fabricado, de antemano, el "remedio" químico. Esta estrategia perversa basada en el principio "la oferta crea la demanda" les reporta enormes beneficios económicos a costa de la salud de los ciudadanos.
Desde que en 1954 se autorizara la clorpromacina para su uso psiquiátrico, la prescripción de psicofármacos se ha convertido rápidamente en la práctica habitual no sólo de los psiquiatras sino de los médicos de atención primaria, que son sometidos frecuentemente a presiones comerciales e institucionales (se calcula que un 80% de los psicofármacos, sobre todo antidepresivos y ansiolíticos, son recetados por los médicos de familia).
Se estima que entorno al 20% de la población consume medicamentos psiquiátricos de forma puntual o continuada. Según la Agencia Española de Medicamentos (AEMPS), el consumo de psicofármacos se ha triplicado desde el año 2000 siguiendo la tendencia alcista de las últimas décadas del siglo XX. Esto supone un aumento de superior al 200% en los últimos quince o veinte años. Hagan las cuentas y concluyan quién se lleva la pasta y quién sale perjudicado.
Por supuesto, los psicofármacos están correctamente indicados en ciertos casos, pero para nada en tantos ni de forma tan masiva. Además, ha quedado demostrado que muchos de los medicamentos presentados como novedad no aportan nada nuevo respecto de los anteriores y que, en muchos casos, los perjuicios sobre la salud del paciente superan a los supuestos beneficios.
Por otra parte, se sabe que la psicoterapia y el acompañamiento social reducen o incluso hacen innecesario el uso de medicamentos. Si parte del dinero que se gasta el Estado en pastillas lo dedicara a contratar psicoterapeutas y trabajadores sociales, no tendríamos a tantos médicos y pacientes enganchados a la receta sino a más personas con recursos para vencer por sí mismos el dolor psicológico.
Pero vivimos en una sociedad consumista con muy baja tolerancia a la frustración, que no sabe esperar y corre desesperadamente hacia el espejismo de la felicidad y la normalidad, ideales de perfección que nos venden como posibles pero que ni existen ni existirán. Es paradójico que, a mayor nivel de progreso, la gente más se entristece, se irrita, se pone nerviosa y se queja. No es que exista una plaga de enfermedades mentales, sino que cada vez somos más débiles y aguantamos peor los inconvenientes de la vida. Pero, tranquilos, hay una pastillita azul que nos ayudará a sobrellevarlo. Y si esa no funciona, no pasa nada, las tenemos de todos los colores.
Podemos denunciar la perversidad de las empresas farmacéuticas que, en definitiva, hacen lo suyo: ganar cuanto más dinero, mejor (para ellas). Podemos criticar un sistema sanitario que asfixia y deja poco margen de maniobra a los profesionales. Podemos enfadarnos con algunos médicos que no quieren escuchar lo que de verdad le pasa a su paciente y le tapan la boca con pastillas. Pero al final de la línea está usted como último responsable de su salud y la de sus hijos. Usted puede elegir si quiere saber qué le ocurre, tener la valentía de afrontarlo y salir adelante o si, por el contrario, prefiere conformarse y decir "yo sin pastillas no puedo vivir" (que es equivalente a lo que algunos psiquiatras afirman sin pruebas: "lo suyo es para toda la vida") convirtiéndose en un paciente crónico.
Antes de ir a por la receta, párese a pensar si usted tiene algo que ver en su sufrimiento y puede hacer algo al respecto. Sea crítico y no se fie de lo primero que le digan. Y, desde luego, salga pitando si alguien le quiere meter una pastilla en la boca sin ni siquiera preguntarle cómo se llama. En definitiva, es usted quien debe decidir.
NOTA: Esto es lo que dicen algunos prestigiosos científicos y profesionales de la salud mental sobre los psicofármacos, el DSM y la psiquiatrización de la normalidad:
- La invención de los trastornos mentales. Marino Pérez, catedrático de Psicología (Universidad de Oviedo) y Héctor González, profesor de Psicobiología y Psicofarmacología (Universidad de Oviedo).
- ¿Somos todos enfermos mentales? Manifiesto contra los abusos de la psiquiatría. Allen Frances, catedrático emérito de Psiquiatría (Universidad de Durham, EE.UU).
- Anatomía de una epidemia. Medicamentos psiquiátricos y el asombroso aumento de las enfermedades mentales. Robert Whitaker, periodista de investigación.
- Medicalizar la mente. ¿Sirven de algo los tratamientos psiquiátricos? Richard Bentall, profesor de Psicología Clínica (Universidad de Liverpool).
- Hablando claro. Una introducción a los fármacos psiquiátricos. Johana Moncrieff, profesora de Psiquiatría (UniversityCollege, Londres).
- Psicofármacos que matan y denegación organizada. Peter Gøtzsche, catedrático de Diseño y Análisis en Investigación Clínica (Universidad de Copenhague).
Mis hijos fueron diagnosticados con TDAH a la edad de tres años ambos. Pero, ¿qué niño no es inquieto a esa edad? Buscamos varias opiniones y todas coincidieron en el TDAH. Mi esposa y yo decidimos no medicarlos a pesar de las protestas de médicos y maestros. Nos parecía aberrante en niños de esa edad. Mi esposa dejó trabajo, cambiamos nuestro estilo de vida, nos apretamos el cinturón y les dedicamos toda la atención para encauzar su hiperactividad. Ahora son adultos graduados de la universidad, sanos e hiperactivamenre felices. Uno de ellos es psicólogo. Gracias Carlos por tan ilustrativo artículo.
Muy buen artículo. En mi caso, he sufrido varios episodios psicóticos, uno de ellos en Alemania, de corta duración. Los médicos de allí me recomendaron psicoterapia. Los de aquí medicación. Hace años que no tomo medicamentos pero sé lo que producen, ese aletargamiento de la mente, de la conciencia y de la personalidad; además del terrible aumento de peso. Tengo una vida feliz y normal desde hace años y creo que en España tiene un síndrome llamado "pastillitis".
Debemos tener cuidado , los usuarios ya medicados y en tratamiento en dejar paulatinamente cada pastilla. Nuestro cuerpo esta acostumbrado a esas drogas
Sólo he querido dejar este comentario para agradecer el espacio sobre salud mental y psicoterapia de este medio. Y para agradecerle especialmente a Carlos García autor de este artículo y de otros muchos su labor. Cada punto y cada coma de este artículo es verdad, y lo he vivido en carne propia. Recomiendo mucho que la gente lo lea. Muchas gracias y buena semana.
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