Me cuenta mi hija de quince años que en clase de matemáticas han hablado de las carreras universitarias y algunos compañeros se han interesado por la de psicología. El profesor les ha dicho que para acceder a dichos estudios debían de cursar el bachillerato de ciencias de la salud (o sea, el que cuenta con asignaturas específicas de química y biología), y ha añadido: “Los psicólogos de antes, los de letras, son unos mediocres”.
Estoy tentado de dejar aquí este artículo para que ustedes saquen sus conclusiones. Pero, discúlpenme, resulta más tentador responder a este profesor al que ya conocía y, por cierto, del que tenía muy buena opinión.
Estimado J.L.
El pasado curso nos reunimos en el colegio para hablar de un alumno tuyo y paciente mío. Tuvimos sintonía en el modo de entender y abordar el asunto, o eso creo. En cualquier caso, salí con la impresión de que eras un buen profesor, por lo que me alegró saber que este año ibas a dar clase a mi hija. Así se lo transmití a ella. Lamento tener que desdecirme ya que, al parecer, has dicho a tus alumnos que los psicólogos de letras somos mediocres. Por supuesto, eres dueño de tu opinión, pero hacer de ésta una verdad y transmitirla desde la tarima a tus alumnos adolescentes me parece, cuanto menos, peligroso. Quizás no seas consciente, aunque como profesor deberías serlo, del peso que pueden llegar a tener ciertas palabras dichas desde determinado lugar.
Mediocre significa “de poco mérito, tirando a malo”. Me resulta difícil pensar en toda una profesión, una época o una generación mediocres. No me atrevería a juzgar mediocres a todos los matemáticos, ni a todos los dentistas, ni a todos los cultivadores de brócoli. Algunos deben serlo, pero no todos. Además, toda persona, por brillante y virtuosa que suela ser, puede decir o hacer puntualmente cosas mediocres. Digo yo que lo mismo debe ocurrir con los profesores o los psicólogos, tanto de ciencias como de letras. En definitiva, siempre he pensado que la mediocridad es un atributo individual. Parece que tú consideras que puede ser una característica colectiva.
Al ser yo un psicólogo de letras me pregunto, en mi mediocridad, cómo es posible que llegáramos a un entendimiento sobre cómo trabajar con tu alumno y mi paciente. Que yo recuerde, en nuestra reunión no hablamos de química, ni de biología, ni resolvimos problemas matemáticos para ayudar al chico.Conversamos, sin embargo, sobre cómo debíamos comunicarnos y relacionarnos con él, cómo podríamos ayudarlo a cambiar su comportamiento, cómo debían posicionarse los padres y el resto de profesores ante un problema que empeoraba rápidamente.
Creo que la ignorancia, además de atrevida, puede ser la puerta a opiniones mediocres, cuando no completamente equivocadas. Sin duda desconoces que los psicólogos clínicos no nos ocupamos de lo biológico, no actuamos sobre las enfermedades del cuerpo ni empleamos técnicas ni remedios médicos. Por tanto, las ciencias de la salud no nos aportan un conocimiento significativo para el desempeño de nuestra profesión queconsiste en ayudar,mediante la palabra,a quien nos consulta a resolver o sobrellevar mejor las circunstancias de su vida, la relación consigo mismo y con los demás. Para ello, debemos saber de los asuntos de la subjetividad y de las relaciones personales que son propios de las humanidades.Cuanto más leído, viajado y vivido esté el psicólogo más posibilidades tendrá de hacer bien su trabajo. En este sentido, su bagaje debe coincidir más con el de un buen profesor que con el de un médico el cual, realmente, no requiere de tales experiencias de vida (aunque nunca están de más) para ser un buen profesional.
Sin embargo,para alegría tuya, desde hace bastantes años los psicólogos y psiquiatras son cada vez más técnicos y menos cultos, lo cual, desde mi humilde punto de vista, les perjudica en el desempeño de la profesión. Esto coincide con la tendencia que prevalece en la universidad desde los años ochenta, por la que los psiquiatras son considerados médicos como los de cualquiera otra especialidad y los psicólogos científicos como los que más. Recuerdo con vergüenza ajena el fanatismo autocomplaciente de algunos de mis profesores: “¡La psicología es una ciencia empírica y objetiva!”. ¿Cómo puede ser objetiva – me preguntaba a mí mismo- si trata de la subjetividad? ¿Cómo puede ser empírica si trabaja con sentimientos y pensamientos únicos e intangibles?
Es innegable que adjetivos como científico, empírico y objetivo dan relumbrón a una disciplina. Lo que ha ocurrido con la mía es que su cientificidad no es sino un mal disfraz, una falsa pretensión o, como se dice ahora, puro postureo. Las grandes “verdades” de la psicología y la psiquiatría hoy hegemónicas (la equivalencia mente-cerebro, la objetividad de las investigaciones, los tratamientos empíricamente validados, etc.) no siguen ni superan los principios metodológicos básicos de la Ciencia como así lo demuestran cada vez más estudios. El cientificismo, el reduccionismo y los intereses económicos de las empresas farmacéuticas han sido el motor para construir un inmenso artificio del que comienza a desvelarse su perversidad. Ésta consiste, en su base, en que personas como tú crean en ello con los ojos cerrados, por el mero hecho de que les han dicho que las cosas son así. La gran estrategia del cientificismoes generar creyentes.
Tras décadas de autoritarismo cientificista, de diagnosticar la vida cotidiana, de medicar a todo el que se mueve y de acusar a los críticos de “anticientíficos”, algo huele a muerto en la psicología autodenominada científica y en la psiquiatría biologicista. A pesar de ello, seguirá habiendo mediocres empeñados enignorar los efectos devastadores de tal ideología. Entiendo su postura, es más fácil no pensar y más tranquilizador creer que la psicología clínica y la psiquiatría son ciencias objetivas. Me encantaría que lo fueran, pero no lo son ni lo serán porque no se ocupan del mamífero (objeto) sino del ser (sujeto) humano y de lo que lo constituye como tal, o sea, el lenguaje.
Si te hubieras preocupado de saber estas cosas, quizás no hubieras usado tu libertad de cátedra de forma tan imprudente. Nunca sabré a cuántos de tus alumnos habrá afectado tu temeraria afirmación: “los psicólogos de letras son mediocres”. Lo que sé es que, afortunadamente, a mi hija le diorisa. A mí, pena.
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