El TNC inicia temporada con “La mort i la primavera” de Rodoreda

El texto que la autora catalana dejó inacabado ha inspirado una inquietante versión dramática a cargo de La Veronal

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La mort i la primavera en el TNC
La mort i la primavera en el TNC

 

Consulto la web del Teatro Nacional de Cataluña al día siguiente del estreno del espectáculo con el que inicia la nueva temporada y compruebo estupefacto que tiene agotadas ya todas localidades. Y eso que se representa en su sala grande que tiene capacidad para cerca de 900 espectadores. Un dato que ilustra fehacientemente el interés que ha despertado la presentación de una versión coreográfica de “La mort i la primavera” de Mercè Rodoreda, que tuvo su afortunado estreno previo en Venecia. 

La escritora barcelonesa dejó inacabada esta obra que es acaso una de las menos conocida y a la que Marcos Morau, director artístico de este montaje, le parece “una fantasía desconcertant d’imatges, gestos i cossos (de tot allò que flueix, germina i brolla al subsol) -el subconscient por ser- de la novel.la més enigmática i la més radicalment simfònica de Rodoreda”. Dicho esto no es aventurado colegir que su adaptación al espacio escénico ha debido significar un trabajo ímprobo puesto que el propio Morau, que la ha convertido en espectáculo coreográfico añade que “el món cruel i atemporal de la novel.la  és també una al.legoria dels mals del mon, dels estralls i feixismes de la modernitat, perquè presenta la historia com el resultat d’una horrible sordessa a la música secreta de tot allò viu; perquè exhibeix una humanitat opressora i oprimida, sempre abocada a fer el pitjor ús posible del potencial de generació, vida, mort i descomposició que la natura li proporciona”.

He aquí un espectáculo diferente a cualquier convencionalismo en el gigantesco espacio escénico del TNC que aparece casi desnudo de escenografía, aunque con elementos suficientes y, en algunos momentos, de inesperada visualización, situados en un ambiente denso y brumoso por el que deambulan los personajes casi adivinados al amparo de una luz mortecina. Los ocho intérpretes se desplazan interminablemente y realizan repetidos movimientos espasmódicos que le obligan a doblar el cuerpo y caer una y otra vez sobre el suelo mientras se escucha una música profunda e insistente (de María Arnal) que acentúa el tono inquietante de la situación. Todo ello con la omnipresencia de la guerra y de la muerte, representada por un conjunto de cadáveres presuntamente exhumados y que aparecen envueltos en sus correspondientes sudarios. No falta la aparición final de un esqueleto con todos cuyos elementos resulta una obra de profundo simbolismo, desesperanzada, trágica. 

La mort i la primavera por La Veronal
La mort i la primavera por La Veronal

El texto previo que aparece en pantalla antes del inicio de la función y el mensaje y bandera que se exhiben en la despedida recuerdan al público que ese mismo acto cultural se produce cuando en las orillas orientales del mismo mar que nos baña ocurre un escandaloso genocidio. Una dramática realidad que engarza “La mort i la primavera” con el espanto de una realidad muy próxima e inmediata ante la que no podemos ponernos de perfil y que nos tiene a sobrecogidos. Todos somos a estas alturas, no ya espectadores de una función teatral sino también, y esto es lo más grave, del primer genocidio del siglo XXI. Lo que demuestra que la maldad humana no ha cambiado al mismo ritmo que los avances tecnológicos. O por decirlo más claro, no ha avanzado nada. 


 

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