El deshielo de Alaska: La cumbre de Trump y Putin, un encuentro con más gestos que acuerdos

En su primera reunión en Alaska desde la reelección de Trump, el presidente estadounidense y Vladímir Putin han dialogado sobre Ucrania. La cumbre, sin acuerdos concretos, ha servido para reabrir los canales de comunicación, dejando el futuro de la paz en un limbo.

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15 de agosto de 2025, EE. UU., Alaska: El presidente estadounidense Donald Trump (D) saluda al presidente de Rusia, Vladímir Putin (I), a su llegada a Alaska.- Sergey Bobylev / Kremlin / Europa Press

 

 

Un encuentro que ha marcado un punto de inflexión en el tablero global

La historia de los grandes encuentros diplomáticos se ha escrito en ciudades como Yalta, Viena o Ginebra. Este 15 de agosto de 2025, el nombre de Anchorage se ha unido a esa lista, y lo ha hecho con un pulso de alta tensión que ha paralizado el mundo. En la base militar de Elmendorf-Richardson, en el corazón de Alaska, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente ruso, Vladímir Putin, se han reunido en un encuentro de vital importancia que, aunque no ha resuelto la guerra de Ucrania, ha reabierto un canal de comunicación que el mundo ha temido que se perdiera para siempre. La cumbre, que se ha extendido por casi tres horas, ha sido un complejo ballet político donde las palabras, los gestos y los símbolos han tenido un peso tan grande como los acuerdos que no se han alcanzado.

El encuentro se ha presentado como una de las citas diplomáticas más decisivas desde el inicio de la invasión rusa a gran escala de Ucrania, hace ya tres años y medio. La premisa de Trump, que días antes había alardeado de poder "acabar la guerra en cuestión de días", ha generado una enorme expectativa global. Del lado ruso, Putin ha buscado con esta cumbre el reconocimiento de su papel indispensable en el escenario mundial, intentando romper el cerco diplomático que se ha cernido sobre su país.

 

La geopolítica del telón de fondo helado

La elección de Anchorage no ha sido casual. A solo 80 kilómetros del punto más oriental de Rusia, Alaska ha sido históricamente un puente y un punto de fricción entre las dos superpotencias. Comprada por Estados Unidos al Imperio ruso en 1867, esta inmensa península se ha convertido en un símbolo de la expansión estadounidense y, más recientemente, en el hogar de importantes bases militares. Hoy, Anchorage es un bastión militar estadounidense con más de 32.000 soldados.

Celebrar una cumbre en este lugar ha sido una declaración de intenciones: un ejercicio de poder silencioso por parte de Trump, que ha obligado a su homólogo a aterrizar en el que es, a fin de cuentas, un inmenso complejo militar estadounidense. Para Putin, sin embargo, ha supuesto la normalización de su figura: por primera vez desde el inicio de la guerra a gran escala, un líder occidental lo ha recibido en su propio territorio, ignorando la orden de arresto del Tribunal Penal Internacional. Es una victoria simbólica, un reconocimiento de que, a pesar de las sanciones y el aislamiento, Rusia sigue siendo un actor indispensable en la geopolítica global.

El recibimiento ha sido solemne: una larga alfombra roja, un apretón de manos breve y un saludo cargado de cordialidad. "Buenas tardes, querido vecino", ha sido el saludo inicial de Putin a Trump, una frase que ha resonado con un significado histórico y geopolítico. El presidente ruso ha querido proyectar la imagen de dos naciones que, a pesar de sus diferencias, están unidas por una vecindad innegable. La respuesta de Trump ha sido una sonrisa y una palmada en la espalda, gestos de camaradería que han tranquilizado a los medios estadounidenses afines, pero que han alarmado a sus aliados en Europa. Para muchos, estos gestos han minimizado la magnitud del conflicto y han normalizado a un líder que ha sido responsable de la guerra en el continente.

 

Un diálogo de confianza: las voces de los protagonistas

Al término de la reunión, ambos mandatarios han expuesto ante el mundo que son capaces de dialogar, pero no de sellar compromisos concretos. En una rueda de prensa conjunta, han evitado preguntas y se han limitado a dejar entrever un progreso general.

El presidente Trump ha reconocido que "aún no hemos llegado al acuerdo, pero avanzamos", y ha calificado el encuentro de "productivo" y "muy cálido", insistiendo en que mantiene con Putin "una buena relación" y un "diálogo de mucha confianza". Con todo, ha admitido que "hemos avanzado en muchos puntos, pero no hemos llegado a un acuerdo sobre los más importantes". Horas antes de la cita, había endurecido su discurso asegurando que la reunión era la "última oportunidad" para que Moscú detuviera la ofensiva. En caso contrario, ha prometido "graves consecuencias".

Putin, por su parte, se ha felicitado por haber alcanzado "una atmósfera constructiva" que, según él, abre la puerta a la paz. Ha subrayado que "Rusia está sinceramente interesada en poner fin al conflicto en Ucrania" y ha asegurado que la reunión "abrirá la vía de la paz". Sin embargo, no ha ofrecido detalles concretos sobre las posibles medidas o plazos. La frase que ha enmarcado la reunión ha sido la pronunciada por el propio Donald Trump días antes de la cumbre: "Sabré en los primeros dos minutos, tres minutos, cuatro minutos o cinco minutos, si vamos a tener una buena reunión o una mala". Este enfoque tan directo, casi como el de un empresario cerrando un trato, ha definido las expectativas y ha acentuado la sensación de que se ha tratado de una negociación personal, casi informal, al más puro estilo Trump, y no de un encuentro diplomático tradicional.

 

El eco global: de Kiev a los países bálticos

La cumbre también ha puesto de manifiesto las enormes diferencias dentro de las élites políticas y de seguridad de ambos países. Se ha rumoreado que, del lado estadounidense, la reunión ha generado profundas divisiones. Los sectores más conservadores y los veteranos del Departamento de Estado han visto con recelo la cita, por miedo a que Trump ceda demasiado o legitime a Putin. Los analistas de seguridad, por su parte, han señalado que la ausencia de diplomáticos de carrera podría haber limitado la capacidad de Washington para negociar en temas complejos.

Desde Kiev, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha respondido asegurando que "es momento de acabar la guerra" y que su país "cuenta con los Estados Unidos" en la búsqueda de "una paz justa". Los líderes europeos se han apresurado a marcar límites. El canciller alemán Friedrich Merz ha declarado que "Ucrania necesita garantías de seguridad" y ha advertido que "las cuestiones territoriales solo se pueden decidir de acuerdo con los ucranianos". Emmanuel Macron, por su parte, ha hablado con Zelenski tras la cita de Alaska y se ha mostrado abierto a una futura reunión a tres bandas. Los países bálticos han sido más tajantes: han instado a Trump a no hacer concesiones territoriales y han recordado que la paz solo se alcanzará con Kiev sentado en la mesa.

 

La presión de la sociedad civil y la oposición rusa

Más allá de los comunicados oficiales, el encuentro ha tenido un eco en la sociedad civil. En Anchorage, manifestantes con banderas de Ucrania se han congregado para expresar su recelo y su apoyo al pueblo ucraniano. "Ucrania tiene que estar presente en las negociaciones en las que se trate de su futuro, no que Trump sea quien los represente", ha expresado un vecino de la ciudad. Una de las voces más resonantes ha sido la de Iúlia Naválnaia, la viuda del opositor Alekséi Navalni. En una emotiva declaración, ha hecho un llamado a Putin para que libere a todos los presos políticos y a los civiles ucranianos encarcelados, afirmando que una paz sin justicia no es una paz duradera.

"Liberad a los activistas y periodistas rusos, los civiles ucranianos y todos los encarcelados por comentarios antibelicistas y publicaciones en las redes sociales."

La petición de Naválnaia, sumada a la de organizaciones como Human Rights Watch, ha subrayado que la paz no puede limitarse a un acuerdo entre líderes, sino que debe incluir el respeto a los derechos humanos y la liberación de los rehenes y prisioneros de guerra.

 

Un futuro en el limbo: las lecciones de la cumbre

La cumbre de Anchorage ha sido un evento que ha reescrito las reglas de la diplomacia del siglo XXI. Se ha demostrado que, incluso en los conflictos más complejos, el diálogo puede prevalecer sobre la confrontación. Pero también ha dejado claro que las negociaciones no pueden ocurrir en un vacío. El mundo ha estado pendiente de las declaraciones de los líderes europeos, que han insistido en que una paz justa solo es posible con la participación activa de Ucrania. Las voces de la sociedad civil, como la de la viuda de Navalni, han recordado que el conflicto tiene un coste humano que va más allá de los acuerdos geopolíticos.

Ahora, la pelota está en el tejado de los negociadores. A la cumbre le seguirán conversaciones de alto nivel y, posiblemente, un encuentro a tres bandas. El reto es inmenso: encontrar un camino que respete la soberanía de Ucrania, ofrezca garantías de seguridad a Rusia y asegure que la paz que se firme no sea solo un alto el fuego temporal, sino el inicio de una era de estabilidad duradera. El mundo ha respirado aliviado porque la puerta al diálogo se ha abierto, pero la verdadera tarea, la de construir una paz real, apenas ha comenzado.

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