La juventud marroquí desafía al poder y empuja al país hacia un nuevo ciclo político

La llama del descontento social se ha encendido en Marruecos. Lo que comenzó como pequeñas concentraciones estudiantiles en Rabat y Casablanca se ha convertido en un movimiento nacional de protesta que amenaza con desbordar al Gobierno del primer ministro Aziz Akhannouch. 

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La Casa Real marroquí mira con recelo los acontecimientos del país. Foto de archivo

 

Jóvenes de diferentes clases sociales, desde universitarios hasta trabajadores precarios, han salido a las calles bajo un mismo lema: “¡Basta de corrupción, queremos un futuro digno!”.

El detonante fue el aumento sostenido del coste de vida, agravado por los efectos de la sequía y la falta de políticas de empleo juvenil. Akhannouch, un multimillonario del sector petrolero y líder del partido Reagrupamiento Nacional de Independientes (RNI), se enfrenta ahora a la peor crisis desde su llegada al poder en 2021. Las redes sociales han amplificado las denuncias de nepotismo y autoritarismo, señalando el control económico y político que el entorno del primer ministro mantiene sobre las principales instituciones del país.

Pero el movimiento no es solo económico: tiene un fuerte componente generacional y moral. Las nuevas generaciones, nacidas en la era digital y acostumbradas a ver modelos democráticos más abiertos fuera de Marruecos, reclaman mayor libertad de expresión, reformas judiciales reales y el fin de la represión policial. Organizaciones de derechos humanos han documentado detenciones arbitrarias, censura y vigilancia digital contra activistas, prácticas que recuerdan a etapas más oscuras de la historia reciente del reino.

El Palacio Real observa con cautela. Aunque el rey Mohamed VI sigue siendo el centro del poder político, el desgaste del Ejecutivo amenaza con trasladar el descontento hacia la propia monarquía si la situación se agrava. Analistas locales apuntan a que el monarca podría intervenir para forzar una remodelación del Gobierno o incluso la dimisión de Akhannouch, como medida para desactivar la tensión antes de que se convierta en un desafío institucional.

Mientras tanto, las manifestaciones continúan multiplicándose en las principales ciudades. “No queremos otro cambio de caras, queremos un cambio de sistema”, gritaban los jóvenes en Tánger y Fez esta semana. Marruecos, considerado durante años un modelo de estabilidad en el Magreb, enfrenta ahora un dilema histórico: reformarse para integrar a su nueva generación o arriesgarse a que esa juventud —desencantada y valiente— vuelva a reescribir las reglas del juego desde la calle.

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