Sudán se desangra y nadie mira: Darfur, la guerra invisible del siglo XXI
Bajo el asedio de las milicias paramilitares, cientos de miles de civiles en Darfur mueren lentamente de hambre, mientras la comunidad internacional permanece inmóvil ante una de las peores crisis humanitarias del planeta
“En la región sudanesa de Darfur, la magnitud del sufrimiento humano desafía la comprensión. Pueblos enteros han quedado reducidos a cenizas. Mujeres y niñas viven en constante terror a ser secuestradas y atacadas. Familias hambrientas se apiñan bajo plásticos destrozados, aferrándose a la vida en un páramo de polvo y desesperación.” Así lo describe la reportera de guerra Hollie McKay, quien ha documentado desde el terreno la catástrofe humanitaria que asola esta región olvidada de Sudán.
La guerra que estalló en abril de 2023 entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) ha sumido a Darfur en una pesadilla que recuerda a los horrores de hace dos décadas. Naciones Unidas estima que más de 30 millones de personas necesitan asistencia humanitaria, incluyendo 9,6 millones de desplazados internos y casi 15 millones de niños en situación de vulnerabilidad. Ciudades enteras han quedado aisladas, sin alimentos, medicinas ni servicios básicos.
Una guerra con el hambre como arma
El asedio de las RSF —una milicia paramilitar heredera directa de los Janjaweed, responsables de las masacres de los años 2000— ha convertido la supervivencia en un acto de resistencia política. En El Fasher, capital de Darfur del Norte, más de 260.000 civiles llevan 16 meses atrapados bajo cerco. Desde abril de 2024, una muralla de 57 kilómetros rodea la ciudad, sellando cualquier entrada de comida o medicinas.
El precio de los alimentos es inalcanzable: un kilo de arroz cuesta 450.000 libras sudanesas (unos 748 dólares). Durante meses, el único alimento disponible fue el kora ambaz, un pienso animal elaborado con restos de aceite de cacahuete. Hoy, ni siquiera eso queda. “Ya no es hambre —denuncian los Comités de Resistencia de El Fasher—, es una muerte lenta y deliberada bajo el asedio de las RSF.”
El hambre se ha convertido en un instrumento de guerra y limpieza étnica. Las RSF bombardean mercados, hospitales y convoyes de ayuda, sin distinción entre combatientes y civiles. En octubre, proyectiles y drones lanzaron gases desconocidos que provocaron vómitos y convulsiones. Tres días después, el hospital fue bombardeado: murieron trece personas, entre ellas personal sanitario.
El Ejército de Sudán denunció la participación de “un gran número de mercenarios extranjeros” —provenientes de Colombia, Sudán del Sur, Chad y República Centroafricana— en las ofensivas de las RSF contra El Fasher. Las fuerzas paramilitares emplearon tanques, vehículos blindados y cobertura de drones en ataques simultáneos desde cinco frentes.
A pesar de que las Fuerzas Armadas Sudanesas aseguraron haber repelido la ofensiva, los combates dejaron las calles llenas de cadáveres. El presidente colombiano, Gustavo Petro, pidió “detener el mercenarismo” tras confirmarse la presencia de ciudadanos de su país en las filas de las RSF.
Una tragedia olvidada
Mientras el mundo centra su atención en Gaza o Ucrania, Darfur se consume en el olvido. Naciones Unidas ha calificado la situación como la peor crisis humanitaria del mundo, pero el silencio internacional persiste. Las agencias de ayuda han reducido operaciones, los periodistas apenas pueden acceder al terreno y los gobiernos dudan en actuar.
El Alto Comisionado de Derechos Humanos, Volker Türk, advirtió que El Fasher está al borde de una “catástrofe total”. El 11 de octubre cerró la última cocina comunitaria; desde entonces, las familias hierven agua vacía para engañar al estómago de sus hijos. No se trata de una sequía ni de una crisis natural, sino de una decisión política: matar de hambre para rendir.
Un eco del pasado
La tragedia actual revive las heridas de 2003, cuando grupos rebeldes se levantaron contra el régimen de Omar al-Bashir y el gobierno respondió con una campaña de exterminio encabezada por los Janjaweed. Aquel episodio llevó a la Corte Penal Internacional a acusar al presidente de genocidio. Hoy, dos décadas después, las RSF repiten la misma violencia, con los mismos métodos y las mismas víctimas.
“Si el mundo realmente quiere recuperar su brújula moral, esa indiferencia debe terminar”, escribió McKay. “El sufrimiento en Darfur no ocurre en la sombra por casualidad; ocurre allí porque se ha retirado deliberadamente la atención.”
En medio del hambre, la violencia y el abandono, los habitantes de Darfur no piden compasión, sino ser vistos. Hasta que eso ocurra —hasta que el mundo los vea de verdad—, el silencio seguirá siendo el arma más letal de todas.
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