La reindustrialización imprescindible de Catalunya

Pep Garcia
Economista, empresario, fundador y Director General de Maxchief Europe. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universitat de Barcelona. MBA por el IESE.

El pasado mes de septiembre, la Generalitat de Catalunya, las patronales y los sindicatos firmaron el “Pacte Nacional per la Indústria 2022-2025”. Según se explicó en su presentación, el Pacto pretende transformar el modelo industrial, impulsando una industria generadora de valor compartido. Esta industria debe fortalecer la resiliencia de la economía catalana, creando ocupación de calidad y vertebrando el territorio. A la vez, se pretende recuperar la autonomía estratégica y actuar de palanca para acelerar la doble transición climática y digital.

 

El pacto prevé un total de 152 actuaciones y una movilización de 2.817 millones de euros, que podrían llegar a los 3.270 millones si se acaba materializando la obtención de unos fondos europeos que en el momento de la firma aún estaban pendientes de asignación.

 

El relanzamiento de la actividad que persigue el pacto debería incrementar el peso de la industria en la economía productiva y, a la vez, hacer que la industria sea más digital, innovadora y sostenible. Uno de los objetivos más importantes del pacto es conseguir que el peso de la industria en Catalunya llegue a ser el 22% del VAB en 2025, en línea con el objetivo de que represente el 25% del VAB en 2030. 

 

La industria representaba el 26,9% del VAB de la economía catalana en el año 2000, pero este peso fue disminuyendo y alcanzó el porcentaje más bajo del 17,81% en 2009. En 2021, el peso de la industria catalana representó el 20,3% del VAB, el porcentaje más alto de los últimos 14 años, mientras que en España esta cifra fue del 16,9%. A título de referencia podemos decir que, en el año 2020, el peso de la industria sobre el VAB fue el 24,6% en Polonia, el 23,4% en Alemania o el 13,2% en Francia. Otro dato relevante es que, en el año 2000, el 28,8% de la ocupación era generada por el sector industrial en Catalunya, mientras que en el 2021 esta cifra era del 16,8%. En España este mismo porcentaje representó el 13,7% en 2021.

 

Después de la experiencia que vivimos durante los peores momentos del inicio de la pandemia, nadie pone en duda la importancia de contar con un sector industrial bien dimensionado, sólido, tecnológico y competitivo que garantice un crecimiento económico sostenido, la competitividad estratégica de la economía, la innovación y la generación estable de puestos de trabajo de calidad. Los países con un peso más significativo de la industria en sus economías fueron los que menos sufrieron el impacto negativo provocado por la pandemia y los que menos tasas de desocupación sufrieron. Una industria sólida confiere mayor estabilidad de un país ante las fluctuaciones de la economía.

 

Además, durante la emergencia sanitaria provocada por la Covid-19 sufrimos las carencias de algunos productos básicos imprescindibles y se constató la falta de industrias locales que los pudieran producir. La crisis logística que propició la interrupción de las cadenas de suministro globales puso de manifiesto la necesidad de que los países dispongan de la capacidad productiva interna para la fabricación de productos estratégicos esenciales. 

 

Una vez superados los momentos más graves de la pandemia, en Europa también nos dimos cuenta de la dependencia que tenían algunas industrias importantes, como la del automóvil, de elementos esenciales que no se fabricaban localmente, como los microchips. La escasez de estos componentes está todavía afectando a la producción de muchas grandes empresas. La guerra de Ucrania no ha hecho más que amplificar todos estos problemas y ha puesto en la agenda de los distintos gobiernos temas esenciales como la necesidad de trabajar para buscar soluciones solventes a los mismos.

 

La industria tiene grandes ventajas para la economía de un país. La industria es el motor de la innovación y genera ocupación de mayor calidad y más estable que otros sectores. La industria representa una base sólida para la exportación de productos y garantiza el abastecimiento de productos estratégicos, asegurando la cadena de suministros en momentos de crisis. Asimismo, juega un papel importante en la captación de inversiones locales e internacionales. Otro tema de suma importancia que se ha constatado es la necesidad de generar tecnología propia para reducir la dependencia tecnológica de otros países. 

 

Para conseguir los ambiciosos objetivos de reindustrialización cualitativa que pretende el “Pla Nacional per la Indústria de Catalunya 2022-25” debemos centrar la atención en los aspectos críticos que se vienen discutiendo desde hace muchos años, pero que no se han sabido resolver hasta la fecha. Asignaturas pendientes como la apuesta decidida por la inversión en I+D y el impulso de una política eficaz de transferencia tecnológica. Otro tema recurrente es el de la formación del talento necesario en el sector industrial, la reforma de la formación profesional y la consolidación de un modelo de formación profesional dual imprescindible para cubrir las necesidades de personal cualificado en el sector industrial. La digitalización, la implantación efectiva de las nuevas tecnologías de la industria 4.0 y las políticas de apoyo a la productividad y a la sostenibilidad deben ser también elementos claves de una política industrial moderna.

 

El modelo de producción “low cost” que se basó en la búsqueda de costes bajos de la mano de obra y que llevó a la deslocalización de la industria está agotado. A la vista de los desajustes en la cadena logística y el encarecimiento de los costes del transporte marítimo, se ha iniciado un proceso en sentido contrario, un proceso de relocalización de la industria. En un entorno marcado por la revolución tecnológica, las industrias de alto valor añadido ya no dependerán de los costes de mano de obra, sino del acceso a la investigación, el talento y la innovación.

 

En este sentido, la innovación continua y la búsqueda de soluciones disruptivas es esencial para la competitividad de las empresas y de los países. Por ello, hay que exigir mayor implicación de las administraciones en la inversión en I+D. En el año 2020 en Catalunya, la inversión en I+D representó el 1,61% del PIB (en España fue del 1,41%), mientras que, en otros países, cuyos gobiernos apuestan abiertamente por la innovación, esa cifra fue sensiblemente superior. Por citar algunos ejemplos, en Israel representó el 4,95% del PIB, en Corea del Sur el 4,81%, en Suiza el 3,37%, en Suecia el 3,34%, en Alemania del 3,09% y en Dinamarca el 3,06%. Además, se debe favorecer una política de transferencia tecnológica eficaz que asegure que el conocimiento que se genera en el mundo de las universidades y la investigación llegue efectivamente y de forma práctica al sector industrial. En este sentido, se debería reforzar el papel de las empresas industriales en la orientación de la investigación.

 

La apuesta por una industria tecnológica orientada a incrementar la competitividad de la economía catalana es fundamental. Catalunya debe ser generadora de tecnología. Para ello, debemos aprovechar el gran potencial de Barcelona como hub de creación y atracción de startups tecnológicas. Una política que fomente el emprendimiento tecnológico es clave para reforzar la innovación en el sector industrial.

 

En este complejo camino de reindustrialización, las pymes deben jugar un papel fundamental. Por ello, será esencial el apoyo de la administración para que puedan optar a programas específicos de transformación tecnológica y digitalización. No debemos dejar pasar la oportunidad de la reindustrialización para mejorar el equilibrio territorial tan necesario y dotar de mayor solidez a nuestra economía productiva.

 

En este entorno dominado por la tecnología y la digitalización, el factor humano y el talento seguirán siendo fundamentales para las empresas. Formar y atraer el talento necesario y conseguir mantenerlo en la organización será un elemento clave para la competitividad de las empresas, especialmente para las pymes. 

 

Para poder cubrir las demandas de profesionales de las empresas industriales, se debe prestigiar la formación profesional, actualizarla y adecuarla a las demandas de las empresas. El éxito de la formación profesional dual en otros países como Alemania, donde se considera que es responsable, en gran medida, del éxito y de la competitividad de su modelo industrial, nos debería guiar para conferir un papel mucho más relevante a las empresas en el proceso de formación de los nuevos trabajadores.

 

Nuestras pymes tienen, además, un problema endémico de falta de dimensión. Distintos estudios demuestran que la rentabilidad de la pyme industrial catalana es creciente a medida que aumenta la dimensión de la empresa. Además, una mayor dimensión de una pyme también afecta positivamente en su capacidad para captar talento, para innovar, para internacionalizarse y en una mayor solvencia financiera. En este sentido, el “Pla Nacional per la Indústria 2022-25”, se fija como objetivo aumentar la dimensión de las empresas industriales catalanas hasta 17,5 personas por empresa en el 2025.

 

Durante la vigencia del anterior “Pacte nacional per la Indústria 2017-2020” que debía movilizar 1.835,5 millones de euros, se acabaron ejecutando el 90,9% de los fondos, pero con pobres resultados en las partidas más innovadoras. Este plan se fijaba el ambicioso objetivo de situar a la industria como motor principal de la economía, alcanzando un peso del 25% sobre el VAB en 2020, objetivo que se situó muy lejos del 19,62% real.

 

El actual “Plan Nacional per la Indústria 2022-25” aprobado el pasado mes de septiembre, debería ser el plan que consolide de una vez por todas el sector industrial catalán, impulsando la reindustrialización necesaria e imprescindible de nuestra economía productiva y adecuándolo a las necesidades digitales y tecnológicas imprescindibles para alcanzar el grado de competitividad óptimo. Debe ser considerado como un proyecto estratégico de país, por encima de ideologías y partidismos. Y debe ser dotado de los recursos económicos necesarios para conseguir los ambiciosos objetivos planteados. Nos encontramos ante una de las últimas oportunidades de volver a situar a Catalunya como el motor industrial y tecnológico del sur de Europa. Esperemos que esta vez seamos capaces de aprovecharla. 

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