Carta abierta a Felipe González

Las palabras de Felipe González, siempre en contra del Gobierno de Pedro Sánchez, generan sentimientos encontrados en el autor, que repasa y valora la vida y obra del tercer presidente de la España democrática

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Apreciado compañero Felipe:

Jamás llegué a pensar que escribiría una carta como esta. Me impulsan a hacerlo tus frecuentes declaraciones y/o cometarios sobre las iniciativas políticas del Gobierno que preside Pedro Sánchez, siempre agrios y críticos y eso, me genera perplejidad, decepción y enojo. 

Vaya por delante que desde muy pronto fui seguidor tuyo, aunque no siempre estuve de acuerdo con tus decisiones. En mi opinión, has sido uno de los grandes estadistas que dio España en el siglo XX y uno de los mejores presidentes de gobierno de nuestro país en el siglo pasado.

Los partidos políticos necesitan para crecer y sobrevivir el paraguas de un líder y, en la sociedad que nos ha tocado vivir, para ser líder hay que tener unas capacidades comunicativas excepcionales. Esa cualidades fortalecen al dirigente en el seno de la organización y lo proyectan como reclamo electoral. Los medios de comunicación necesitan interlocutores que comuniquen con nitidez y cierta pasión. Si echamos un vistazo a nuestro entorno y al pasado más o menos reciente, veremos que los dirigentes políticos que han prevalecido en el tiempo han sido aquellos que han tenido unas capacidades comunicativas fuera de lo común, y tú Felipe las has tenido y, según parece, las conservas bastante intactas. Quizás porque siempre tuviste una inmensa capacidad de persuasión.

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Felipe González con Pedro Sánchez al fondo  Foto: Europa Press

Fuiste y eres un maestro de la palabra hablada. Tus discursos en el Congreso de los diputados eran pequeñas joyas. Tu voz cautivaba y convencía, tanto lo que decías como la forma en que lo decías, la entonación, los gestos, es decir el lenguaje corporal, eran un representación casi perfecta y eso hacía que transmitieras convicción. Como decía un antiguo compañero: “cuando habla Felipe hasta mi madre lo entiende, cuando habla…, a veces no lo entiendo ni yo”. 

Siempre he pensado que si conectabas con los ciudadanos era porque además de tu facilidad de palabra, la gente veía que tras tu discurso había una idea clara para modernizar y europeizar España. Tú exponías tus ideas, las justificabas, las defendías y las llevabas a la práctica, sabiendo que gobernar con ideas tiene costes. 

En el paso de la dictadura a la democracia, el PSOE aglutinó en sus filas un serie de jóvenes de una capacidad excepcional que elaboraron un proyecto político que acabaría siendo el eje vertebrador de la Constitución, el núcleo del programa electoral del 82 y el embrión para la modernización de España. Entonces, apareció un gran comunicador ─que eras tú─ y supiste aglutinar las distintas sensibilidades que existían dentro de la organización, construir un discurso y desarrollar un estilo con el que todo el partido se identificó. Eso lo captaron enseguida los medios de comunicación que encontraron en ti el relator ideal y te convirtieron en el protagonista de la vida política, muy por encima del propio partido y, desde luego, de los adversarios políticos. 

Justo es decir que tuviste suerte (en la vida, como en la política, nunca viene mal), la implosión de la UCD te facilitó mucho las cosas. Además, nunca fuiste ni fundamentalista ni oportunista y eso jugó a tu favor. En aquellos tiempos, vivíamos en un desbarajuste permanente y la ciudadanía quería ser gobernada y saber que había un gobierno que se ocupaba del país y ponía rumbo al futuro y tú fuiste quién capitaneo esa nave.

No obstante, en tu gestión también hubo cuestiones oscuras o poco virtuosas que estallaron con especial virulencia en las dos últimas legislaturas, aunque es muy probable que llevaran mucho tiempo incubándose. No las voy a mencionar, seguro que las tienes muy presentes, como también recordarás que cuando pintaban bastos decías que tú te acababas de enterar por la prensa.

Pero volvamos al presente: has criticado con suma dureza la ley de amnistía. A mí tampoco me gustó. No obstante, hay que reconocer que algún efecto positivo ha tenido, sobre todo, en los sectores más templados del independentismo, la situación en Catalunya se ha girado como un calcetín, se vuelve a respirar un aire de normalidad y tenemos un presidente socialista en la Generalitat. No está mal.

En cambio, no has dicho absolutamente nada sobre cuestiones como la situación económica de nuestro país que va mucho mejor que cualquiera otra de la UE, ni del descenso del número de parados, auténtico talón de Aquiles de todos los gobiernos. Nunca te has referido a la reforma del mercado laboral que está haciendo disminuir los contratos en precario de manera considerable. Tampoco te he escuchado comentar nada sobre las políticas sociales y de distribución de la riqueza que han llevado a cabo Sánchez y su equipo. ¿Te imaginas la pandemia con M. Rajoy en la Moncloa? Mejor que no. Francamente, hubiese sido muy reconfortante que tus críticas hubieran ido acompañadas con algún reconocimiento a la gestión porque, en siete años que lleva Sánchez gobernando, alguna cosa habrá hecho bien como, por ejemplo, regular por ley la subida de las pensiones conforme al IPC. ¿No te parece?

Nunca tuviste una sintonía franca con Pep Borrell y mucho menos, cuando tuvo la “osadía” de desafiar al aparato del partido, forzar unas primarias y, además, ganarlas. Tampoco tu relación fue fluida ni cordial con José Luís Rodríguez Zapatero. Pero es que, a Pedro Sánchez, no sé si le tienes animadversión personal, en eso no voy a entrar, pero política es una evidencia poco cuestionable. 

Estos últimos días, te he oído decir que si Sánchez se vuelve a presentar tú no lo vas a votar. Está claro que como ciudadano de un Estado social y de derecho puedes votar a quien quieras o no votar. Faltaría más. Sin embargo, tú, además de ser un ciudadano más, eres un referente político para miles y miles de ciudadanos, tienes una biografía y eso marca. 

En fin, pienso que, por un acto de lealtad política, debía escribir esta carta. Te deseo lo mejor, y espero que renuncies a ser un jarrón chino. No es fácil, pero hemos de saber dejar paso a los que nos vienen detrás.

Con mucho afecto, te hago llegar un saludo cordial.

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