La Contra: curiosidad e ilusión
Igual que hay autores mejores o peores, hay lectores mejores o peores. Sólo los lectores valiosos están dispuestos a esforzarse por captar lo esencial de lo que leen, en especial si se trata de autores que profundizan y no son superficiales. Sólo con esta disposición podemos enriquecer nuestra personalidad. Me fijo ahora en una propuesta que Ortega lanzó hace más de un siglo, la de asomarnos a la intimidad de los hombres de otros tiempos y "poner fino oído a la melodía latente" de sus existencias. Es decir, estar muy atentos a su sonido de fondo, a sus claves. Esta operación, proseguía el filósofo, nos permitiría caer en la cuenta de nuestra propia sensibilidad y nuestro contexto histórico.
¿Y si hablamos de la intimidad de los hombres de nuestro tiempo? Para sintonizar del mejor modo con ellos y aprender de su consistencia veo muy recomendable adiestrarse con los mejores entrevistadores, de mente aguda y sintética, ágiles y atrevidos, que transmiten confianza hasta hacer sentirse en casa a sus entrevistados y sacan el mejor partido de ellos. Pienso en periodistas formidables ya fallecidos como Manuel del Arco, Joaquín Soler Serrano, Jesús Quintero (el Loco de la Colina y su uso inteligente del silencio), Margarita Rivière o Arturo San Agustín, entre otros.
¿Y hoy, alguien les ha cogido el relevo? Sé muy poco, pero enseguida pienso en tres nombres, tres periodistas que trabajan en equipo día tras día, desde hace veintisiete años. Son Ima Sanchís, Lluís Amiguet y Víctor Amela, el equipo de la Contra de La Vanguardia. Antes del verano sacaron un libro sugestivo: Cómo salir en la Contra, donde desgranan su método de trabajo para pactar cada decisión que toman, en las entrevistas que cada uno hace y cuya confección les supone un mínimo de dos días cada una. Un método de trabajo del que todos deberíamos aprender y que ya auspició Tocqueville cuando proponía la conveniencia de "unir los esfuerzos de mentes divergentes". Con voluntad, sensatez y buen humor han sabido consolidar una marca conjunta, un estilo de producto que ellos definen con esta fórmula: 'Ritmo, profundidad y cierta moraleja'.
Víctor Amela declara su gusto por ser su propio jefe, no mandar a nadie y llegar caminando al trabajo. Siente que ha venido al mundo para entrevistar. Elige la amistad y la alegría como valores principales, mirar con compasión (cuando se puede), la bondad como cima de la inteligencia. Dice haber aprendido a mirar a los ojos a todo el mundo, sea cual sea su condición.
Por su parte, Lluís Amiguet declara que hay que tratar a las personas de igual a igual. Siendo becario del Diari de Tarragona, con 19 años de edad, llegó a entrevistar a Joan Manuel Serrat. A Woody Allen lo ha entrevistado no una, sino siete veces. Declara su aprecio por John Nash, el científico que Russell Crow interpretó en Una mente maravillosa. Y explica cómo entrevistó en el corredor de la muerte, una experiencia demoledora.
Ima Sanchís coincide con Lluís en que "somos espejos los unos de los otros" y con Víctor en que "integrar al diferente es una riqueza". Ella prefiere adoptar el papel de alumna y no ahogar la voz del entrevistado con la suya de periodista, y busca reflejar un momento de quien es entrevistado. Entiende que, en periodismo, igual que en la relación de pareja, comunicarse es un intercambio de debilidades y le gusta la gente que no finge ser encantadora. Necesitamos que se nos quiera y se nos respete, pero hay que conquistar el derecho a mostrarse vulnerables. Y sólo logramos cierto bienestar –afirma- cuando alguien o algo nos saca de nuestra inseguridad permanente. En todo caso, dice Ima, "si no es para dar esperanza no merece la pena escribir".
En una entrevista que Margarita Rivière le hizo a Salvador Pániker, éste enunció lo que desde entonces se conoce como el principio de Pániker: "Todo entrevistado acaba reducido a los límites mentales de su entrevistador".
Podríamos preguntarnos si hay algún principio equivalente al de Pániker entre autor y lector. Y, en tal caso, quién de ellos jugaría el papel de entrevistador. Creo que un buen lector no acaba reducido a los límites mentales del autor, puede abandonar su lectura. Pero un magnífico autor puede acabar reducido a los límites de un lector que no puede o no quiere dar más de sí.
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