Para los que somos seguidores del RCD Espanyol sector "yo soy de dos equipos, del RCDE y del que juegue contra el Barça" pitar a Piqué es un placer. No importa que defienda la camiseta de 'La Roja' o de una selección solidaria que recaude fondos para curar de terribles enfermedades a bonitos gatitos adorables que nos miran con ojos tiernos.
Si Piqué está en un terreno de juego, y yo estoy en la grada, me quedaré a gusto pitando a placer. Sin problemas. Sin complejos. Me da igual que no le guste a Del Bosque, al secretario de Estado para el Deporte o al Dalai Lama. Porque Súper-Gerard no solo se le ha de pitar por barcelonista. Que ya sería un buen motivo para los tipos malvados de mi calaña.
Es que además se ha comportado como un chulo. Y ha sido prepotente. Y faltón. Va de gracioso cuando no tiene chispa. Se cree muy listo porque la Cataluña oficial le ríe las gracias. Si yo me encaro con unos guardias urbanos acabo la noche en el cuartelillo. A él le defiende una cohorte de periodistas con los ojos tapados por una venda azulgrana o 'estelada'. O por ambas a la vez.
Lo de Shakira aún se lo perdono porque a mí siempre me ha puesto más Karina, la del baúl de los recuerdos. Es que a Piqué no le pitaría por envidia. No soy guapo, tengo panza, no me mide medio metro como a Trípode-Gerard ni soy millonario. Pero por esa regla de tres podría pitar a Nacho Vidal o a George Clooney, y no estoy por la labor.
Cada vez que escucho los pitidos en un campo dirigidos a Guay-Gerard pienso que el pueblo español, a pesar de su exposición a Sálvame de Luxe o a los atinados comentarios de Rafael Hernando ha recuperado la cordura. ¡Larga vida a los que le silban, porque suyo será el Reino de la Justicia!
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