Efecto placebo

Mario Polanuer

Placebo


Hay pastillas que no tienen ningún principio activo, pastillas que no contienen ansiolíticos, antipsicóticos, antidepresivos… ni siquiera analgésicos. Están hechas de talco, de sacarosa, de sal… nada parecido a un fármaco. A pesar de no contener ningún fármaco esas pastillas tienen el potencial de aliviar el sufrimiento y, en determinadas condiciones, tienen un efecto terapéutico franco.


A este tipo de no medicamentos se los llama placebo y a su particular forma de curar, efecto placebo. Cuando se hace un ensayo clínico para comprobar si un fármaco es o no efectivo, se lo compara con placebo. Se divide la muestra (es decir el grupo de enfermos que va a participar del ensayo) en dos subgrupos. A un subgrupo se le da el fármaco y al otro se le da placebo.


Las pastillas son iguales, de forma y de color, y ni los pacientes ni los encargados de dispensar el tratamiento saben si están tomando o dispensando el fármaco o el placebo. Una vez terminado el estudio y objetivada la respuesta al tratamiento (en psiquiatría por medio de test o de escalas lo más fiables posible) se compara si entre la respuesta al tratamiento de uno y otro grupo hay una diferencia estadísticamente significativa y, si la hay, se concluye en que el fármaco es eficaz.


Lo curioso del asunto es que en la mayoría de los casos, al menos en lo que a psiquiatría se refiere, nadie parece interesarse mucho por la diferencia, en general estadísticamente significativa, entre no tomar nada y tomar un placebo. Y muchas veces la diferencia entre nada y placebo es tanta como la que existe entre el placebo y el principio activo, el fármaco.


Tampoco se intenta dilucidar, siguiendo los mismos principios, cuánto del efecto del medicamento puede atribuirse al principio activo y cuánto al efecto placebo.


O sea que el efecto placebo es el de tomar una pastilla que se cree útil para algo y obtener de ello un beneficio: una mejoría o a una curación, y eso a pesar de que la pastilla no contenga ningún tipo de medicamento. Dicho de otra manera, el efecto placebo puede definirse como la respuesta de un sujeto al hecho de tomar una pastilla que se le ha prescrito.


Se trata indudablemente de una variante de la sugestión, no tiene nada que ver con la de la hipnosis: hay quien hipnotiza a los animales pero a los animales el placebo no les dice ni pío. El placebo sólo sugestiona a los humanos.


La sugestión no tiene buena fama. Por ejemplo: para afirmar que la homeopatía no funciona se atribuyen los efectos benéficos que tiene sobre algunas personas a la sugestión, dando así por zanjada la cuestión.


Es lógico: la sugestión no es mensurable, no responde a protocolos ni llena las arcas de las farmacéuticas. Tampoco puede ser sometida a los controles del sistema nacional de salud y requiere, para ser efectiva, que el médico pueda estar con el paciente algo más que los seis minutos que se le dedican en cada visita en la asistencia primaria o visitarlo más de dos o tres veces al año, como ocurre actualmente con los especialistas.


No hay color: entre gastar los presupuestos de sanidad en medicamentos o gastarlo pagando más horas a los profesionales la elección se decanta por lo primero. Responde a las presiones de la industria farmacéutica y se puede controlar, desde la implantación de la receta electrónica, prácticamente al céntimo.


Pero... ¿Es más barato? ¿Y si resultara que con el buen uso del efecto placebo el gasto en fármacos bajara tanto que compensara lo que cuesta pagar a los profesionales?


¿Es más sano? Seguro que no: el placebo no tiene contraindicaciones, no tiene efectos secundarios, no tiene interacciones, puede ser administrado a niños, ancianos y gestantes sin ningún problema, no debe modificarse su dosificación en casos de insuficiencia renal o hepática y si se produce una ingesta excesiva, voluntaria o involuntaria, no da problemas: la distancia entre la dosis terapéutica y la tóxica es infinita.


El efecto benéfico de una relación médico paciente en la que prima la cercanía y la confianza hace que las prescripción de medicamentos sea muchísimo más baja, cuando no innecesaria. El plus del efecto placebo hace a los fármacos más efectivos.


Claro que hay que estar formado para manejarlo y que para formar a los médicos en esa dirección sería necesario dar un giro importante: liberarse del imperio de las farmacéuticas, confiar en que la formación es más importante que el control y, sobre todo, abandonar la concepción cientificista imperante para la que el hombre es una máquina sin alma.

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