Susan Sontag llegó a decir en una ocasión que el tiempo existe para que no pase todo a la vez, y el espacio para que no te pase todo a ti. Por su parte, Hugh Feiss propone ordenar el tiempo y el espacio, lo hace en el libro Sabiduría monástica (Elba). Se trata de un monje que nació en Estados Unidos y que declara no tener ni deseo ni derecho a decirle a nadie cómo ha de vivir. Su vida comunitaria se basa en la regla de san Benito, quien en el siglo VI dividía la actividad diaria entre el trabajo, la oración y la lectura; así, en los monasterios que siguen sus directrices, cada semana un monje lee a los demás, mientras están comiendo en el refectorio, dando alimento también para el alma. Asimismo, en esta clase de vida ha de haber tiempo para ofrecer hospitalidad a los huéspedes y apoyo a los compañeros. Siempre con flexibilidad y adecuándose a las circunstancias.
Si todo el mundo, incluidos los monjes, dice Hugh Feiss, aprendiera a ir más despacio y a trabajar menos, se tendría tiempo no sólo para la oración y la lectura, sino para “plantearse el estado de nuestra sociedad e intentar cambiar lo que no está bien”; pero esto da también mucho trabajo. Los benedictinos llegaron a Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, y se integraron en una Iglesia corta de personal y de dinero.
En estas páginas, Feiss recopila y transcribe ideas que cree útiles para cualquiera. Así, el saber escuchar y estar disponible para los demás y sin juzgarlos. Es consciente de que no sólo se enseña con la palabra, sino con el ejemplo. Por esto hay que hablar al servicio de la verdad con el corazón y con la boca. La célebre monja alemana Hildegard von Bingen escribió en el siglo XII que “los mentirosos se envuelven en las mentiras exactamente como la serpiente se esconde en su madriguera”.
¿Se debe defender el propio punto de vista con una cháchara inoportuna o de un modo terco y obstinado, con actitudes adustas o resentidas por posibles agravios? Feiss reclama frenar la hostilidad y la hosquedad, también la revancha. Y permitir, en todo momento, que los sentimientos bondadosos te transformen y que aflore la dulzura frente al orgullo. La peor tentación sería la de dejar de preguntar y de buscar, pretender saberlo ya todo. Muchos dan por seguro lo que no saben con certeza, y se alejan de lo concreto y específico.
Esto quiere decir que hay que tener un ojo puesto en uno mismo (sentido autocrítico) y tratar con un cierto grado de benevolencia y comprensión a los que tienen miedo de enfrentarse a la verdad sobre ellos mismos. Como escribió Sor Joan Chittister: “El humor nos da fuerzas para soportar lo que no podemos cambiar, y nos permite ver lo humano tras lo pomposo”. La verdad sobre nosotros incluye tanto nuestros errores y fracasos, como nuestras virtudes y nuestro buen hacer.
Al humilde, se afirma aquí, no le molestan los sentidos elogios que pueda recibir. El buen discernimiento nos aleja de la ingenuidad. “Si acepto que soy alguien corriente, débil, frágil, dicho de otra manera, completamente humana y dependiente de Dios, me deshago de la idea de ser en cierto sentido alguien aparte, distinta o superior. Entonces el yo auténtico y real puede empezar a surgir”, es un texto que aquí se recoge de Esther de Waal, una anglicana sin votos de monja.
Nacido en Francia, de padre neozelandés y madre estadounidense, el trapense Thomas Merton veía la condición de monje como la de alguien que vive retirado en soledad y silencio, lejos del ruido y la confusión de la existencia mundana activa. Ponía en valor la libertad interior y la liberación de preocupaciones triviales, idea que lleva hoy a Hugh Feiss a considerar que el sostener valores y virtudes al margen de la cultura que nos envuelve supone un movimiento contracultural, por leve, tenue y callado que sea.
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