Nada es lo que parece

Tener conciencia de que nada es lo que parece vacunaría a los hombres y a los pueblos contra la manipulación y el fanatismo que ocasiona.

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Europa Press
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Tener conciencia de que nada es lo que parece vacunaría a los hombres y a los pueblos contra la manipulación y el fanatismo que ocasiona. Son muchos quienes confunden la Historia con la propaganda, por esto andamos perdidos. Bien fundamentada (algo que, indudablemente, da trabajo), la Historia permite reabsorber de forma adecuada el pasado y enderezar las falsas trayectorias que se nos han transmitido como indiscutibles. Cabe preguntarse, por consiguiente:

¿Qué sabemos del ayer? ¿Qué sabemos de nosotros mismos?

En Misterio en el Barrio Gótico, libro que ha merecido el Premio de Novela Fernando Lara de este año, Sergio Vila-Sanjuán afirma que en el Barrio Gótico de Barcelona nada es lo que parece. Para empezar, la primera vez que apareció escrito este nombre fue en 1925, hace justo un siglo, precisamente en una revista de arquitectura de Madrid.

Esta novela desarrolla una entretenida y laboriosa trama detectivesca que, de enigma en enigma, nos conduce por este barrio antiguo que acumula obras y reformas, pero también personajes antiguos, a cuyos nombres accedimos mediante lecturas. El resultado es atractivo y sugerente, rebosan las superposiciones curiosas y las asociaciones en la idea de aprender de las heridas del pasado y de fomentar proyectos positivos para todos.

Tenemos noticia aquí del intento de asesinato de Fernando el Católico, producido en el Palacio Real Mayor (situado en la barcelonesa plaza del Rey) el 7 de diciembre de 1492 (cuatro meses antes de que Cristobal Colón fuera recibido por los Reyes Católicos, a la vuelta de su primer viaje al Nuevo Mundo); o de los casi dos años que Carlos I de España y V de Alemania vivió en la Ciudad Condal; de la enigmática virreina de Nápoles Isabel de Requesens: la más bella de las bellas (“bella fra belle e delle belle in cima”); de Germana de Foix, segunda esposa de Fernando el Católico; de los Palacios Requesens y Sallerich; del asombroso coleccionista de obras de arte Frederic Marès, quien “siempre supo cultivar a quienes podían ayudarle”; del singular poeta y crítico de arte Juan Eduardo Cirlot; de los endémicos problemas económicos de instituciones culturales; del misterio del obispo Irurita.

El autor introduce ocasionalmente la magia del cine (con sus referencias a El perfume y Apocalypsis Now, rodada en Pagsanjan) y nos asocia a Los mares del Sur, de Vázquez Montalbán. Pero también, plenamente conectados con la realidad cotidiana, nos cruzamos en estas páginas con un repartidor que, pasando en patinete a toda velocidad, casi roza al protagonista de la novela, casi roza la tragedia. Se trata de Víctor Balmoral, un investigador biográfico y notable periodista que pugna con Recursos humanos para no jubilarse todavía; un hombre de carne y hueso que está atento a su hiperplasia benigna de próstata (la importancia de estar vivo, gozar de buena salud y disfrutar de lo que más guste; el deseo de mirar mejor en el propio interior). Echa mucho en falta a su amigo fallecido Tomàs Riquelme, que aparece como un ser espectral y con quien conversa con singular franqueza, sin tapujos. Vidas intensas y hermanadas.

Amante de la Historia y del Arte, Balmoral no desaprovecha cualquier oportunidad para ensalzar los diarios de papel, porque confieren estructura y densidad a sus contenidos, dando una sólida imagen organizada. Tampoco tiene empacho en expresar un gran asco por la humanidad, en especial cuando se culpa a las víctimas en vez de a los verdugos. A la altura de la vida en que se halla, se declara abierto a casi todo y respetuoso con casi todo. Sin embargo, le “solivianta la idea de rehacer toda un área urbana borrando lo que nos interesa y maquillando lo que sí”. Le repugna el engaño cultural con apariencia de verdad: “¡Vivimos en el mundo de las copias, ya nada es original! ¡Y nos lo tragamos sin protestar!”. Quiere persuadir con planteamientos bien formulados. ¿Tiene sentido –se pregunta- monumentalizar una zona como la que rodea a la catedral al precio de desnaturalizarla?

Víctor Balmoral se mueve entre las influencias académicas de la UAB (universidad donde se formó y que le permitió otear horizontes insospechados) y del Círculo del Liceo (un terreno acotado por una élite, si bien entrañable). Ajeno a despreciar a nadie por razones ideológicas, opta por integrar en su redoma toda calidad humana que encuentre a su alrededor. Así, cada día le gusta más la alcaldesa Berta Vives, que hizo en su día prácticas de escrache y con quien establece una relación de confianza; sabe y quiere desplegar con ella pragmatismo, talento diplomático y, sobre todo, bonhomía. Al fondo, preside la Generalitat una tal Evelina Farriols. Pero nada es lo que parece. Sin embargo, en estas páginas se reitera en diversas ocasiones la idea junguiana (del célebre psiquiatra y ensayista suizo Carl G. Jung): “La casualidad no existe, lo que existe es la sincronicidad”.

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