​Roberto, dibujante y sentidor político

Miquel Escudero

Gracias a editores como Guillermo Escolar, podemos acceder a autores olvidados como es el caso de Roberto Gómez, un caricaturista madrileño nacido en 1897 (y fallecido en Montevideo, en 1965). Charlas de café sobre la guerra civil española, publicadas en 1937, recoge su contribución periodística en la retaguardia americana: golpes ‘directos al hígado’ de los franquistas, decía. Él sabía que no era un literato sino un dibujante para quien todo aquel que tuviese algo que decir, debía decirlo y de la mejor manera posible.


‘Roberto’ se definía como “un español que nació señorito y a quien el destino, siendo muy joven, le hizo dejar de serlo”. Decía sentir “una infinita piedad por el que sufre y calla” y “un infinito desprecio por el que oprime y manda”. Tal vez, decía, las injusticias no se eliminen nunca, “sin que ello quiera decir que no deban ser eliminadas”. Había colaborado en el semanario de humor Gutiérrez (1927-1934).


Dedicó este libro a los hombres libres del mundo, a quienes deseaba ‘salud y fe’, se entiende en la victoria. En mayo de 1937 confesaba no pertenecer a ningún partido, pero callaba sus ideales para no tener que enfrentarlos en aquel momento a los de sus ‘hermanos’: “sostuve y sostendré siempre que debe haber silencio en la retaguardia y que su labor ha de ser de sacrificio, de entrega absoluta y sin reserva al servicio de quienes, en primera línea, están ganado la guerra y deben ganar la revolución”. Un tono belicoso, simple, emotivo del que el ser humano nunca se acaba de desprender.


Aludía al sentido cavernícola de la vida que las derechas intentaban restaurar. Y decía que el fascismo no es un ideario, sino un programa de acción, de modo que “se es fascista por temperamento, no por ideas” y que se nace fascista como se nace con una tara. ¿Se podría entonces dejar de serlo, tal y como él dejó de ser ‘señorito’?


Roberto ensalzaba a Lorca, porque ‘sintió con el pueblo’ a pesar de no preocuparle la política. Atacaba a los intelectuales que llevaron al pueblo hacia la política para luego abandonarlo; para él era el caso de Unamuno y Baroja. Salvaba a Ossorio y Gallardo, “un hombre de derechas, derechas de ideas, no de intereses”.


No admitía neutralidad: “O con ese pueblo que con su sangre está escribiendo el porvenir de España, o frente a él”. Esta frase, hundida en trampas, me desasosiega.




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