Si bien, de una forma u otra, el tango ha estado siempre presente en la vida musical de Barcelona, se le oye muy de tanto en tanto. Casi siempre en los bailes de Fiesta Mayor. En estos acontecimientos verbeneros, la orquesta se preocupa más de divertir a los padres, que son los que más bailan, que a los hijos, interpretando música de otros tiempos, música que ya era vieja cuando nosotros éramos unos pipiolos.
Por eso, casi siempre después de un pasodoble, se oyen los compases de La Cumparsita, o los de El Choclo, o los de Uno. Eso sí, como no son orquestas de tango, las interpretaciones de estas piezas ríoplatenses suenan como marchas militares. Y, para peor, si algún vocalista autóctono se atreve a entonar las letras, acostumbra a decirlas chabacanamente, en una imitación grotesca del hablar bonoarense.
Desde hace muchísimos años, en las discotecas de Barcelona, los jóvenes suelen bailar sueltos, en solitario. Cada uno se mueve al son que más le place. Pero no me pregunten por qué, se puso nuevamente de moda bailar en pareja. Y como la moda no incomoda, una parte importante de esta sociedad, que nunca había bailado de esa manera, se vio ante la necesidad de aprender a hacerlo.
Así fue como resurgieron en Barcelona las academias de baile de salón. En ellas, atléticos profesores dan clases de chachachá, de mambo, de cumbia y de otras danzas. Según parece, el secreto está en contar los pasos. Si lo que se enseña es un vals, lo que se oye contar es: un dos tres, un dos tres, un dos tres. Si se trata de cualquier otro ritmo el número puede llegar a ser infinito.
En esos salones todo el mundo cuenta los pasos, hasta cuando andan. En ellos, también se enseña a bailar y a contar los pasos del tango. Los maestros son generalmente procedentes del Río de la Plata. Y hay que ver el buen resultado que dan sus clases.
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