El economista navarro Carlos Solchaga acaba de publicar unos diarios de su actividad política entre 1980 y1994: Las cosas como son (Galaxia Gutenberg).
Se afilió al PSOE en 1974, cuando tenía treinta años, fue consejero de Comercio de Euskadi (1979-1980), diputado del Congreso (1980-1994) y ministro de Industria y Energía y ministro Economía y Hacienda, consecutivamente, entre 1982 y 1993. Y se retiró con cincuenta años, siendo portavoz del Grupo Socialista del Congreso. Diez años antes, la revista Cambio 16 le había nombrado ‘Hombre del Año 1984’.
El hombre de la reconversión industrial, y de las reformas estructurales en la economía española, fue decisivo en la expropiación de RUMASA dictada por el Consejo de Ministros el 23 de febrero de 1983, tras arduo debate. Pero diez años más tarde, el 28 de diciembre de 1993, el Gobierno socialista decretaría la intervención de Banesto y Solchaga comenta a ese propósito: “Supongo que Pedro Solbes y Felipe González han hecho todo lo posible para ocultármelo”.
En un lugar de estas 700 páginas, Solchaga se describe: “Ambicioso sí, pero provinciano no”. Sucede que era fácil al desprecio, con una soberbia que a mí me repele vivamente. No me interesa reseñar el recorrido de conspiraciones que por aquí desfila. Me quiero centrar en lo que él denominaba batalla psicológica contra los golpistas. ¿Cuáles eran sus propuestas en marzo de 1981? Yugular el golpismo.
“Si mañana llegáramos al Gobierno tendríamos que proceder a cerrar El Alcázar”. “Hay que cerrar sus periódicos y perseguir sin temor a los civiles implicados en la operación”. No había entonces televisiones dirigidas contra el orden democrático. ¿Pero me pregunto qué diría ahora sobre actuar contra el golpismo que hoy nos acecha?
En sus planes de descuajar los Cuerpos de Seguridad del Estado de desafectos a la Constitución ofrecía a cambio: “rebajar el pistón en materia autonómica, en materia de orden público y terrorismo y en política económica y social durante algún tiempo”. Me deja asombrado. Penosos cambalaches.
Referiré asimismo que Raimon Obiols le pidió en un acto público del PSC, en 1992, que devaluase la peseta. Y escribe Solchaga: “el papel del PSC en esta compleja estructura catalana es cada día más incomprensible”. Pero nada más.
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