Desde los ocho años, edad en la que me sentí mayor, porque había hecho la primera comunión, recuerdo perfectamente las conversaciones que tenía conmigo misma (entre otras cosas, porque están vertidas con letra infantil sobre libretas antiguas). Esas conversaciones conmigo misma y éstas que ahora lo siguen siendo aunque las comparta, responden, a la pregunta de: ¿por qué escribo? ; y la respuesta es que lo hago por simple desahogo, por la necesidad de que mis pensamientos no se pierdan para mi consciencia y de que los sentimientos que impregnan esos pensamientos me concedan una identidad y un para qué.
Ese para qué de ahí arriba, es el mismo que adivino en todos los demás seres humanos; es decir, en aquellos que se hayan hecho esta pregunta o al menos la hayan sentido necesaria en distintos acontecimientos de sus vidas.
Aun así, no me conformo con la respuesta de la concesión de identidad; porque ahí surge otra pregunta: ¿Qué es la identidad?..., ¿es algo que me define plenamente sólo con el uso de mi propia reflexión, de la simple observación de mis propios sentimientos?; creo que NO. Seguro que la identidad debe ser algo más amplio, seguro que debe contener datos que a mí se me escapan, porque no soy consciente de mi TODO…,del mismo Todo que a todos y a todo nos configura. En ese caso ¿cómo me defino a mí misma, cómo me identifico con respecto a todos los demás.
Vaya, he vuelto a practicar mi deporte favorito; ese que se cuelga de las anillas de interrogantes, y más interrogantes…, intentando hacer una gesta de ejercicios y piruetas en el aire; porque ¿qué es el pensamiento, sino eso? ¿Qué nos puede conducir, razonablemente, a la verdad, sino esas anillas?
Decidí hace mucho tiempo que no debía fiarme sólo del pensamiento y de la reflexión, sino compaginarlo con la intuición y la experiencia de la vida, para responder a mis preguntas y, poco a poco ir subiendo, escalón tras escalón, la escalera del autoconocimiento.
A día de hoy, habiendo vivido lo suficiente como para tener una idea de qué es la vida y de qué ha sido, es y se espera que sea la vida, sigo sin tener ni idea…de ¿para qué es la vida?
He repasado mis diarios, he resucitado mis sentimientos pasados, he tratado de visualizar mis sombras y mis luces… no he conseguido respuestas razonadas a las preguntas de: ¿Quién soy yo? y ¿para qué estoy aquí?. Así que tiro de intuición y sentimiento y me digo:
Bueno, esas respuestas no me acaban de satisfacer; pero, siguiendo con los ejercicios gimnásticos, no tengo otro trampolín desde el que impulsarme, ni colchoneta sobre la que aterrizar mis piruetas mentales.
Quizás un día, allá en la muerte… (¡qué dramática me he puesto!), al divino juez y contable de los acontecimientos de mi vida, y mi responsabilidad sobre los mismos, le dé por mostrarme el balance de lo actuado y me haga saber que, comparado con lo que se esperaba de mí y mis posibilidades, he obtenido una nota aceptable en las olimpiadas de la vida.
¿A la vida se viene a sufrir…?, ¿se viene a gozar?, ¿se viene a aprender?, ¿se viene a tratar de SER?...; sinceramente, no conozco la respuesta, pero me apasiona tratar de responder a la pregunta…
Una de las respuestas que me gusta darme, para calmar la ansiedad del vacío de mi ignorancia, es: A LA VIDA SE VIENE A JUGAR COMO JUEGAN LOS NIÑOS, IMAGINANDO SOBRE UN BELLO ESCENARIO QUE PODEMOS EXTRAER DE CUALQUIER COSA UNA GRAN ALEGRÍA.
Sí, sólo la alegría puede redimir todos mis miedos y curar todos mis males, sanar todas mis heridas y otorgarme la fuerza de seguir adelante. ¿Dónde encontrar alegría? En cualquier lugar del mundo donde te topes con la belleza, la paz y el descanso de tus inquietas neuronas.
¿Por qué escribo?, PORQUE ASÍ NO SE ME OLVIDA LO PENSADO, LO SENTIDO, LO VIVIDO…Y ADEMÁS ME DESAHOGO…, ME DOY LA OPORTUNIDAD DE ENCONTRARME CUANDO ESTOY PERDIDA.
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