El afecto como tranquilizante

Miquel Escudero

Medicamento 1


Sin duda, los medicamentos son bienes irrenunciables. Pero no a cualquier precio; tienen que estar controlados, los hay peligrosos y con graves efectos secundarios. "Si explicamos todo con los medicamentos, es una tragedia. Y si eliminamos todos los medicamentos, también es una tragedia", así se expresa el psiquiatra Boris Cyrulnik, el padre francés de la resiliencia. 


Los medicamentos no lo arreglan todo. Con frecuencia hay que saber prescindir de los medicamentos, un posible abuso, pero nunca de las relaciones humanas. "Hay que desconfiar de las falsas medicinas, de los falsos medicamentos con agentes químicos, así como de las falsas medicinas alternativas". En cambio, hay que desplegar a nuestro alrededor hábitos razonables, respetuosos, con atenciones y sonrisas verdaderas.


Hay que atender al ser humano en su circunstancia concreta, de forma personalizada, desde el fondo de su personalidad. En Diálogos (Gedisa) Cyrulnik cuenta, entrevistado por Carles Capdevila, que hay psiquiatras a quienes admira, pero que, sin embargo, él no admira la psiquiatría, puesto que "es muy fácil de secuestrar por una doctrina ideológica".


El psiquiatra, por tanto, debería aceptar que para su quehacer no debe basarse en una ideología. Asimismo, el buen psiquiatra es el que sabe decir 'adiós' y no se eterniza en su labor con su paciente, ni ahonda su dependencia. Se ha de decir aquello que los otros son capaces de escuchar, esta es la gran cuestión. A la pregunta de si hay buenas y malas personas, Cyrulnik responde que, en efecto, los perversos existen y apostilla que tienen "una detención del desarrollo por una carencia ambiental". 


En todo caso, hay personas pervertidas por lenguajes totalitarios perversos y cree que no habrían caído si hubieran usado otro lenguaje: "Han sido pervertidos". Y subraya que sin empatía, somos perversos o nos pervertimos, pero si tenemos demasiada empatía o un apego excesivo, "quedamos desprotegidos y nos dejamos herir por el sufrimiento del otro; y una vez deprimidos, ya no somos útiles al otro". Luchar contra la infelicidad nos obliga a ser creativos. 


Pero el afecto es el verdadero tranquilizante, un reconstituyente único. Se proyecta de persona a persona, sin paternalismo hacia las víctimas, una compañía valiosa que reconoce una fatal herida y una voluntad de tener otro porvenir mejor. 

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